Cultura autem animi philosophia est

Reflexionaba en la entrada anterior sobre qué hay realmente detrás de la cultura de empresa. Llegados a la conclusión que ésta es el conjunto de los valores y actitudes que son compartidos por todas las personas que allí trabajan, la pregunta que sigue es: ¿se puede crear la cultura? Es decir, ¿es la cultura algo que, como el plan estratégico, se estudia, se decide y se ejecuta? Y si es así, ¿cómo se implanta? ¿Cómo se va desde un bonito Powerpoint cargado de inspiradoras palabras y lemas a unos valores, actitudes y creencias asumidos, interiorizados y compartidos por la inmensa mayoría, si no la totalidad, de las personas que forman parte de la empresa?

Podemos encontar algunas respuestas si acudimos a la etimología de la palabra cultura: esta deriva de la raíz latina colo, de la que también derivan palabras como cultivar, colono, culto (a los dioses), agrícola o inquilino. Originalmente, colo significaba ‘andar habitualmente en el campo’ y derivó en significados como habitar, cultivar, cuidar, venerar hasta llegar al ‘cultivo de las virtudes, las artes’.

En su sentido estricto, cultivar es ‘dar a la tierra y las plantas las labores necesarias para que fructifiquen’. En sentido metafórico aplicado a las relaciones entre personas, ‘poner todos los medios necesarios para mantenerlas y estrecharlas’ y aplicado a las capacidades, ‘desenvolver, ejercitar estas facultades y potencias’. Y, finalmente si hablamos de microbiología, se trata de ‘sembrar y hacer que se desarrollen microorganismos sobre sustancias apropiadas’ (Diccionario RAE, 1992).

Por lo tanto, desarollar la cultura:

1.- No es una acción que se realiza de una sola vez sino de manera continuada

2.- Se requiere poner todos los medios necesarios, requiere esfuerzo y ejercicio

3.- Hace falta tener el sustrato apropiado 

Y esto es independiente de que se trate de plantas, bacterias, conocimientos o, en el caso que nos ocupa, experiencias, actitudes, creencias y valores en cada uno de los individuos que forman parte de la empresa. O sea, se trata de cultivar las virtudes, de cultivar la cultura.

Muy bien, hasta aquí claro, pero ¿cómo se cultiva? ¿Qué hay que hacer concretamente? Para la tierra, hay que escoger el suelo y las semillas, roturarlo, plantarlo, regarlo según lo que requiera el tipo de cultivo, protegerlo de las plagas… ¿Y para la empresa?

Desde luego no es suficiente con colgar un cuadro en la pared, colgar una presentación en la Intranet, que nos lo cuenten en una reunión ni que nos lo pongan en el salvapantallas. No digo que esto esté mal, si reflejan la realidad pueden servir como referencia y como vocabulario común para expresar esos sentimientos compartidos que todos tenemos y manejamos de manera intuitiva. Si no reflejan la realidad, habremos gastado el dinero de los accionistas inútilmente.

Pero, ¿entonces? ¿Qué hay que hacer? Pues precisamente eso, hacer. Actuar, obrar, dar ejemplo en definitiva. Así lo plantea Julen como idea radical, que a mí no me lo parece tanto sino puro sentido común.

Si queremos difundir unos principios de actuación, unos valores compartidos, lo primero que hemos de hacer es guiarnos por esos mismos valores y principios. Pues estos son inherentes a las personas y por lo tanto quedan más fielmente reflejados en su fuente original, que somos los individuos, que en un póster junto a la máquina del café o una alfombrilla para el ratón en nuestra mesa.

En definitiva, por nuestras obras nos conocerán.

 

Nota: la información sobre los orígenes etimológicos están extraídos de este interesantísimo artículo de Gabriel Zaid: El primer concepto de cultura.

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