op. cit., p. 139

Me viene que ni pintado el meme que no me pasa Telémaco pero al que me apunto cual espontáneo que salta al ruedo. Y es que el libro que tengo a escasos centímetros del ordenador mientras leo la entrada en cuestión es La sociedad abierta y sus enemigos de Karl Popper, sobre el que quería escribir un post en algún momento. Lo he empezado hace poco y mi actual ritmo de trabajo y viajes no me ha permitido llegar aún a la página 139, cuyo segundo -y larguísimo, como en toda la obra- párrafo reproduzco a continuación siguiendo las instrucciones del meme (los subrayados en negrita son míos):


 

Aparte de ellas -nota mía: se refiere a sus opiniones personales- y aparte de los argumentos empíricos mencionados más arriba contra la teoría general de la soberanía, existe también cierto tipo de argumento lógico a nuestra disposición para demostrar la inconsecuencia de cualquiera de las formas particulares de esta teoría; dicho con más presición, puede dársele al argumento lógico formas diferentes, aunque análogas, para combatir la teoría de que deben ser los más sabios los que gobiernen, o bien de que deben ser los mejores, las leyes, la mayoría, etc. Una forma particular de este argumento lógico se dirige contra cierta versión demasiado ingenua del liberalismo, de la democracia y del principio de que debe gobernar la mayoría; dicha forma es bastante semejante a la conocida “Paradoja de la libertad”, utilizada por primera vez y con gran éxito por Platón. En su crítica de la democracia y en su explicación del surgimiento de la tiranía, Platón expone implícitamente la siguiente cuestión: “¿qué pasa si la voluntad del pueblo no es gobernarse a sí mismo sino cederle el mando a un tirano?” El hombre libre -sugiere Platón- puede ejercer su absoluta libertad, primero, desafiando a las leyes,y, luego, desafiando a la propia libertad, auspiciando el advenimiento de un tirano. No se trata aquí, en modo alguno, de una posibilidad remota, sino de un hecho repetido infinidad de veces en el curso de la historia; y cada vez que se ha producido, ha colocado en una insostenible posición intelectual a todos aquellos demócratas que adoptan, como base de su credo político, el principio del gobierno de la mayoría u otra forma similar del principio de la soberanía. Por un lado, el principio por ellos adoptado les exige que se opongan a cualquier gobierno menos al de la mayoría y, por lo tanto, también al nuevo tirano. Pero por el otro, el mismo principio les exige que acepten cualquier decisión tomada por la mayoría y, de este modo, también el gobierno del nuevo tirano. La inconsecuencia de su teoría les obliga, naturalmente, a paralizar su acción. Aquellos demócratas que exigimos el control institucional de los gobernantes por parte de los gobernados, en especial el derecho de terminar con cualquier gobierno por un voto de la mayoría, debemos fundamentar estas exigencias sobre una base mejor de la que puede ofrecernos la contradictoria teoría de la soberanía.

Este párrafo está enmarcado en un capítulo en el que el autor critica el papel que juega la Sabiduría dentro del programa político eminentemente totalitario de Platón. Se hace mención a la paradoja platónica de la libertad, que encierra una cierta recursividad que me gustaría dedicarle a Telémaco-inspirador de esta entrada- y de la que creo que podemos sacar un interesante debate.

Pero en esta entrada quiero comentar otro tema distinto aunque relacionado. Concretamente, la teoría de la soberanía a la que se refiere el párrafo y que establece la tesis de que el principal problema de la política es determinar la respuesta a la pregunta: ¿quién debe gobernar?

Planteada de esta manera, la respuesta que esperamos será del tipo el más sabio, el mejor preparadola aristocracia, el proletariado, o el que elija la mayoría

Pero el problema así planteado esconde una trampa, en la que reconozco que yo mismo caí en la entrada sobre políticos y gestores que escribí en respuesta a un artículo de Enrique Dans en Libertad Digital. La trampa es que al reducir todo el propósito de la política a responder a dicha pregunta estamos asumiendo implícitamente que el poder político es ilimitado, es decir soberano y libre de control.

Visto así, está claro que el determinar el quién es esencial para el bienestar y el progreso de la sociedad porque al mismo tiempo se está reconociendo que el gobernante puede ser malo o ignorante -o ambas cosas. Y aquí entra en juego la desconfianza del liberalismo frente al poder político. Poder político que en última instancia recae sobre una persona o un un grupo relativamente reducido de ellas y que, tal y como mencionaba en la entrada anterior, el ser humano tiene una capacidad limitada. La naturaleza no nos ha hecho omnipotentes ni omniscientes, ni ubicuos ni inmortales. Y por lo tanto hemos de reconocer que un gobierno puede ser malo. Tenemos pruebas más que sobradas -por desgracia- a lo largo de la historia de que eso ocurre más a menudo de lo que quisíeramos.

Resulta entonces que hay una pregunta anterior y mucho más importante que el responder al quién. La pregunta es ¿cómo podemos limitar el poder político para evitar que los gobernantes malos o incapaces puedan ocasionar demasiado daño?

Responder a esta pregunta, es uno de los pilares fundamentales de la filosofía política liberal y le paso el meme a todo aquel que esté buscando la respuesta.

5 thoughts on “op. cit., p. 139

  1. Antonio, es para mi un honor haber servido de inspiración a una entrada tan buena como esta.
    ¡Inquietante paradoja la de la libertad que plantea Popper!. Aunque ya Bertrand Rusell (el autor de la cita de mi entrada) y Withehead rompieron este tipo de paradojas al introducir la jerarquía entre conjuntos. El problema es precisamente la recursividad y la autorreferencia.
    Más que una paradoja es un problema lingüístico, cuando un conjunto se refiere a si mismo no se puede considerar de la misma clase (aunque se llame igual). No es la misma “libertad”(a) la de un pueblo en gobernarse a si mismo que la “libertad”(b) de ese pueblo en elegir si quiere “libertad”(a). Y por tanto hay que intentar evitar el error de mezclar los argumentos.
    En cuanto a la desconfianza del liberalismo, creo que entiendo el argumento y por supuesto acepto que un gobierno no siempre será bueno y a veces hasta puede hacer mucho daño, sin embargo no entiendo porque no debemos desconfiar de la misma manera de la mano invisible de Adam Smith. En mi opinión el problema no está en la naturaleza humana, es más bien un problema de teoría de sistemas.
    Hace unos años cuando me dirigía hacia la oficina tenía que soportar inmensos atascos de tráfico provocados por los semáforos que estaban instalados para controlar absolutamente todos los cruces.
    Solucionaron el problema, y efectivamente lo hicieron quitando semáforos… pero no todos, pues en un par de cruces concretos especialmente saturados, si no hubiese semáforos los de algunas calles pequeñas no conseguirían llegar nunca.
    Antonio me encanta leer lo que escribes, te agradezco que lo hagas.

  2. Telémaco, el motivo por el que escribo el blog es lo que aprendo preparando las entradas y es una manera de fijar lo que voy leyendo. Pero eso también podría hacerlo en un Word y dejarlo en el disco duro. Lo más interesante es que con comentarios como los tuyos, con la controversia o con las matizaciones el efecto es multiplicador.
    Respecto a lo que comentas de los sistemas, estoy de acuerdo contigo en que se trata de un problema de teoría de sistemas, lo que ocurre es que cuando el sistema es la sociedad, por un lado ésta es tan compleja que no es posible una planificación completa con los medios que tenemos o con la capacidad humana.
    Por otro lado, y no menos importante y dado que hablamos de teoría de sistemas, la complejidad en tamaño y cantidad de interrelaciones se ve multiplicada por el hecho de que el ser humano es un sistema no-lineal (es decir, que a un conjunto de valores de entrada no le corresponde un único conjunto posible de valores de salida).
    Y entonces, uno puede saltarse el semáforo, alguien romperlo de una pedrada, o despistarse y arrancar unos segundos tarde…
    Aún así, estamos de acuerdo, no soy partidario del laissez faire, pero pienso que el papel del Estado, o de la regulación o intervención debe circunscribirse a la protección en el sentido amplio, especialmente de los más débiles (los de las calles pequeñas).
    Saludos,
    Antonio.

  3. Efectivamente estamos de acuerdo.
    La sociedad es un sistema muy complejo y está bien que así sea, precisamente porque su complejidad viene dada por la gran cantidad de grados de libertad que tiene, lo cual es algo deseable por todos.
    Intentar controlar y regularlo todo es imposible y casi siempre contraproducente.
    Sin embargo si que deberíamos discutir cuales son los intereses globales de nuestra sociedad y luchar por conseguirlos. Para ello habría que alinear los intereses personales e individuales con esos intereses globales… ¡no es fácil! pero en mi opinión merece la pena ya sólo el hecho de intentarlo.

  4. Precisamente ahí intuyo que divergen nuestros puntos de vista, en el hecho de que para mí el interés global y común de nuestra sociedad es proteger la libertad individual para que cada uno persiga su propia felicidad sin más limitación que la libertad del prójimo. ¡Claro que merece la pena luchar por esto!
    Este individualismo no necesariamente tiene que ser egoísta. Perfectamente podemos tener un interés genuino y honesto en trabajar por los demás y que eso nos haga más felices. Naturalemente esto no sólo es posible sino moralmente deseable.
    Ahora bien, más allá de la libertad, no creo que podamos determinar, cuáles son los intereses globales de la sociedad. Porque a fin de cuentas, siempre encontraremos casos en los que perseguir un interés determinado en un número de personas será necesariamente a costa de los intereses de otro grupo y entonces, por definición, tales intereses no pueden ser denominados globales al ser de hecho parciales.
    Contemos aquí todos los bienintencionados esfuerzos en pos de la igualdad de resultado: redistribución de la renta, paridad, etc. Siempre hay uno que cede y que lo hace en contra de su voluntad, es decir en contra de sus intereses.

  5. Pues no termino de ver donde divergen nuestras formas de pensar, aunque al final llegamos a destinos distintos, lo cual es una prueba palpable de que si que divergen.
    Debo aclarar que no estoy a favor de redistribuir la renta sin más consideración, ni de la discriminación positiva (menudo oximorón). Pero si de que el estado garantice la igualdad de oportunidades.
    Estoy de acuerdo en que el principal interés global de nuestra sociedad es proteger la libertad individual sin más limitación que la libertad del prójimo. (Quizás en este énfasis que personalmente hago es en donde divergemos). Posiblemente no sea cuestión más que del diferente peso que consideramos que debe tener cada extremo de esta balanza:
    “libertad individuallibertad del prójimo”
    para mantenerse en equilibrio.

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