Passionis malacitana (II)

Me había prometido a mí mismo escribir una entrada sobre la Semana Santa en Málaga, tal y como comentaba en el último post y aunque se saliera de los temas habituales de este blog. Pero dado que escribo esto una vez de vuelta en Madrid y con las imágenes aún muy vivas en mi cabeza, corro el riesgo de que me salga una entrada tipo pregón, algo para lo que no estoy cualificado.

Sin embargo, si echo la mirada muy atrás me podría salir una entrada muy extensa al escribir sobre la historia de la Semana Santa de Málaga, de sus orígenes en la reconquista de la ciudad en 1487, del auge en la época del Barroco de las Cofradías con su doble finalidad de culto y como mutuas de enterramiento, de la influencia de la Ilustración y del declive durante los siglos XIX y XX por la guerra de Independencia, la desamortización de Mendizábal y la crisis económica que sufre la ciudad al irse al traste las ferrerías -de las que aún se conservan las chimeneas– y arruinarse toda la producción vinícola con la plaga de la filoxera.

Si refiero cómo se creó la Agrupación de Cofradías -la más antigua de España- en 1921 para prestar apoyo económico durante la crisis y cómo vuelve a resurgir con fuerza en la década de los 20’s convirtiéndose en un atractivo turístico, podría extenderme demasiado contando luego cómo se truncó este auge con los sucesos de la quema de iglesias y conventos en 1931, donde se perdieron muchas imágenes muy antiguas -y que dio origen a algunos episodios de hermanos cofrades sacándolas por la noche y escondiéndolas en sus casas para salvarlas de las llamas.

Pero entonces tendría que contar como en la posguerra, se dieron una serie de circunstancias que han conformado una de las señas de identidad de la Semana Santa malagueña: el inmenso tamaño y magnificiencia de los tronos, que se debió sobre todo a la prohibición episcopal de que las procesiones salieran de las iglesias -las relaciones entre las cofradías y la jerarquía eclesiástica no siempre han sido fluidas, cuando no tormentosas- pero también como una reacción al movimiento ateo y anticlerical republicano previo, con el enaltecimiento de las imágenes sagradas en sus tronos como triunfo de lo católico.

Podría relatar entonces que ésta fue la causa de que aparecieran los tinglaos, que posteriormente -especialmente en los últimos 15 años- han ido siendo reemplazados por casas hermandad. Y podría referir que durante los 60’s y 70’s, al tiempo que cambiaba la sociedad española, fue cambiando también la Semana Santa, siendo impulsadas por los más jóvenes cofradías más austeras, que salieran de sus iglesias e hicieran estación penitencial en la Catedral.

Pero al llegar a los 80’s y 90’s entraría en el terreno de los recuerdos personales, en las imágenes de mi infancia y adolescencia, en la Alameda con mis padres, o en calle Larios siempre detrás de las sillas de pago, salvo algún año que conseguíamos verlas sentados -aunque mi padre siempre prefería el callejear e ir al encuentro de los tronos. Luego, de adolescente me veía en todos los fregados, formando parte de las aglomeraciones en las salidas, encierros y cruces.

En clave más anecdótica podría comentar el origen de algunas de las costumbres y leyendas más llamativas, como la liberación del preso por Jesús el Rico, la rosa roja de la Zamarrilla, el manto de flores de las Penas, el misterio sin resolver del Cristo de Mena, el porqué de la vinculación de la Legión a este Cristo, o el del Ayuntamiento de Madrid a la Paloma, las 40,000 personas que siguen al Cautivo como penitentes o el camión que alfombra las calles de romero antes de que pase la Esperanza.

Otra alternativa sería hacer un post multimedia echando mano de flickr y youtube, pero no he encontrado un video de buena calidad que le haga justicia.

O quizás podría escribir sobre mi experiencia bajo los varales de Nuestra Señora de la Soledad, donde aparte de consideraciones religiosas que me guardo para mí, el portar sus cerca de 4,500 kg junto con otros 239 hombres de trono durante todo el recorrido de siete horas supone cada año un reto, con una meta clara como es hacer el mejor recorrido posible, y con una retroalimentación inmediata reflejada en las caras, los comentarios y los aplausos de la multitud de personas que se aglomeran en las aceras para ver pasar la procesión. Existe un sentimiento de control sentido al levantar, al mecer, al tomar la doble curva, al bajar el trono al toque de la campana y, finalmente requiere concentración para mantener el paso al ritmo que marca la banda y no tropezar con los pies de tus compañeros que llevas delante y detrás. Sí, es una experiencia óptima y aunque se acusa el cansancio, hay momentos especiales en los que parece que el tiempo vuela.

Pero la Semana Santa ha terminado hoy, Domingo de Resurrección, con el Resucitado y María Santísima Reina de los Cielos, por lo que tengo todo un año para decidirme a elegir cómo enfocar la entrada…

Nota aclaratoria: Para los que no conozcáis aún la Semana Santa de Málaga, aquí lo pasos se llaman tronos y los costaleros, hombres de trono o portadores.

Nota dos: La foto de la tienda de capirotes corresponde a Florencio Sanchez y se puede visitar en http://www.florenciosanchez.com.

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