Ayer di en Barcelona mi tercer seminario sobre Momentos de la Verdad. Confieso que los otros dos dieron lugar a sendas entradas en el blog, una anterior, que me sirvió de gran ayuda en la preparación y la otra a posteriori, como consecuencia de las reflexiones a las que me lleva impartir el programa.
Esta tercera sesión me conduce a una reflexión de tipo más personal (Disclaimer: Esta entrada puede ser considerada como autobombo). Pese a mi falta de tiempo y que cada sesión dura un día completo, me ofrecí voluntariamente (no fui el único) a impartir estos seminarios a los miembros de mi empresa en España. Por este programa pasaremos todos, absolutamente todos, los trabajadores, desde la cúpula en Londres hasta las personas que atienden la recepción, desde trabajadores en nómina a trabajadores de empresas que nos prestan sus servicios, tanto personas con trato directo con los clientes como personas en el backoffice.
Pero el tema de esta entrada no es hablar del programa sino de mi experiencia. El motivo por el que quise participar de forma activa en el seminario es doble y, además puramente egoista: por un lado me apasiona el tema de la excelencia en el servicio a los clientes y su dependencia directa del comportamiento de las personas, y por otro, la docencia es una de mis ¿vocaciones frustadas?
Respecto a la primera motivación, he escrito ya varias entradas y seguiré haciéndolo. Sobre la segunda, algo apunté ya cuando la contaba entre una de las actividades que me llevan a estados de experiencia óptima.
Y es que para mí enseñar supone todo un reto en el que tengo que exprimir a tope mis habilidades para preparar y transmitir un mensaje, un conocimiento a mi audiencia y hacerlo además de manera amena y entretenida. Por supuesto, hay una meta clara: que la genta aprenda y a la vez se divierta (¿por qué no? ¿por qué aprender ha de ser aburrido?). Y la realimentación es inmediata: se ve claramente cuando la gente desconecta, te miran con mirada glaseada o incluso llegan a bostezar. También ves cuando están concentrados y atentos, participan y están disfrutando. Obviamente hay un sentimiento de control muy poderoso (y si no lo tienes, puedes pasarlo muy mal, doy fe de ello). Era lo que más me impresionaba en mi breve etapa como profesor de Universidad (a tiempo parcial): parecía que podía decir cualquier cosa y que me iban a creer. Obviamente es un caso extremo, pero al final tú estás ahí, enseñándoles algo y eso quieras que no te concede un cierto halo de autoridad con el que te sientes con el control. También debes saberte la lección, claro. Y finalmente, es una tarea que requiere concentración absoluta. Es impensable estar dando una charla, seminario o curso mientras piensas en otra cosa. No puedes transmitir nada si estás procupado porque has dejado el coche en segunda fila para llegar a tiempo, o si estás pendiente de la hora porque tienes que salir disparado a otro sitio, etc.
Es decir, en mi caso y en relación con la docencia se cumplen las cinco condiciones del flujo que definió Csikszentmihalyi. Y es por eso que disfruto tanto.
Buceando en mis recuerdos, empecé muy pronto, yo creo que como muchos, cuando durante BUP y COU daba clases particulares de Matemáticas a niños de EGB y así me ganaba un dinerillo para el fin de semana (¡todavía recuerdo como tuve que volver a aprenderme cómo hacer raíces cuadradas a mano!). Luego, durante la carrera, seguí haciendo lo mismo pero más seriamente, contrato laboral mediante, en una academia llamada Gauss. Entonces hacía ejercicios de Física y Electromagnetismo I con alumnos de primero de Telecos e Industriales. Y, finalmente y una vez trabajando, conseguí una plaza de profesor asociado a tiempo parcial en mi Escuela donde impartía Gestión de Redes de Telecomunicación. Tuve que dejarlo al marcharme a Barcelona por dos años a hacer el IESE. Ojo, no me arrepiento ni lo más mínimo de aquella decisión, antes bien, aprendí mucho y, sobre todo quedé fascinado con el método del caso. La pena es que sólo se puede hacer una vez.
Hoy en día mi actividad docente se circunscribe al tipo de seminario que os comento y a cualquier oportunidad de dar formación interna que se presenta. Aunque, considero y estoy firmemente convencido de que el trabajo de gestionar un equipo en el fondo tiene una componente muy elevada de docencia, aunque no en el sentido tradicional: tienes que transmitir una combinación de valores y conocimientos “técnicos” sobre todo con tu ejemplo al que debe seguirle tu comunicación. Y es por eso que pongo “vocación frustada” entre signos de interrogación.
Lo cual no quita, claro está, para que busque retomar el modelo pre-IESE de combinar trabajo en empresa con actividad docente a tiempo parcial…