La semana pasada he estado en Barcelona estrenando el nuevo campus del IESE en un curso rodeado de Directores de Sistemas y he aprovechado para comprarme en la librería Garbí (*), en el antiguo edificio, el último libro de Santiago Álvarez de Mon, No soy Superman. Y aunque sea un tópico, he de decir que el libro me ha enganchado desde la primera página -aunque eso no quiere decir que otra persona no se aburra de él ya en el tercer párrafo. Para mí, tiene ciertas remembranzas a La Sensación de Fluídez de Juan Carlos Cubeiro, tanto por el tema como por el formato(conversación entre coach y coachee), sin embargo, mantiene la originalidad, es menos dogmático y me ha resultado de lectura más fluida y más al meollo de la cuestión.
Lo interesante del texto y lo que me ha impulsado a escribir esta entrada es que el protagonista, directivo de relativo éxito, va desgranando sus miedos e inseguridades, tanto en un diálogo con un coach que le ha puesto la empresa, como en una serie de conversaciones interiores tal y como reza el subtítulo de la obra. Pero no es un libro más sobre liderazgo con un lenguaje grandilocuente y engolado, o al menos a mí no me lo parece. Y tampoco nos lía con robos de quesos, búsquedas de tréboles de cuatro hojas o famosos puestos de pescadería.
Antes bien, me imagino que es porque el profesor Álvarez de Mon es muy hábil en su oficio de escritor, o bien por pura casualidad, hay muchos momentos en los que parecía que el libro estaba escrito para mí (salvando las distancias en cuanto a edad del protagonista, posición en su empresa y algunos detalles más como la habilidad en los deportes). No sé si todos sus lectores tendrán la misma sensación.
El descreimiento frente a la política de despachos y pasillos, la crítica a las reuniones interminables y futiles, la queja sobre los comités que surjen como setas -el otro día alguien me definía un camello como un caballo diseñado por un comité- o el desdén hacia la adulación acrítica al jefe y el despellejamiento en privado, son sentimientos expresados por el protagonista -cuyo nombre, por cierto no se menciona en todo el texto-, por no decir de otros elementos fuera de la esfera del trabajo como la preocupación por la educación de los hijos, la dedicación a la familia o la deriva a las que los políticos han dejado ir a nuestro país, enredados en disputas que poco o nada nos interesan a los ciudadanos de a pie.
En los temas relacionados con el trabajo, en los que el protagonista se siente al principio por encima del bien y del mal, éste se da de bruces de repente con la realidad de que él mismo cae en los mismos hábitos. Igualito, igualito que un servidor. ¿Cuántas veces nos quejamos de la saturación de reuniones y luego somos los primeros en convocarlas como si fueran la solución a todos los males? ¿Tienes un problema? Yo te “monto” una reunión ¿Cuántas y cuántas veces nos lamentamos de los emails que recibimos al cabo del día y luego somos incapaces de levantar el teléfono para resolver una cuestión o aclarar un malentendido? ¿Cuánto tiempo le hacemos perder a nuestra gente con encargos para ayer que luego pierden, como por birli-birloque, la urgencia y quedan olvidados en el buzón del Outlook? ¿Y qué ejemplo estamos dando cuando nos dedicamos a despotricar de nuestro vecino de despacho, el que se sienta justo al lado en el Comité de Dirección? Y luego tenemos el “papo” de pontificar sobre la importancia del trabajo en equipo…
Pero esto no es lo más importante ni el mensaje central del libro. Para mí lo más relevante es la búsqueda de uno mismo, el conocimiento de nuestras limitaciones, el equlibrio entre la razón y la intuición y el descubrimiento del propio propósito.
En este sentido, hay continuas referencias a diversos autores que tanto el protagonista como su coach van citando a lo largo de las páginas. C.S. Lewis, Ortega y Gasset, Unamuno, Prather o Van Gogh (en su autobiografía) son de los más citados. Aunque también aparecen un Kafka autobográfico, el Bertrand Rusell de Telémaco o un para mí desconocido hasta ahora Thibon (¡Larga lista de deberes que me acaban de poner sin quererlo!) Pero entre todas, me quedo con la siguiente cita de Ortega sacada de La rebelión de las masas(el subrayado es mío):
Como esto es la pura verdad – a saber, que vivir es sentirse perdido-, el que lo acepta ya ha empezado a encontrarse, ya ha comenzado a descubrir su auténtica realidad, ya está en lo firme. Instintivamente, lo mismo que el náufrago, buscará algo a que agarrarse, y esa mirada trágica, perentoria, absolutamente veraz, porque se trata de salvarse, le hará ordenar el caos de su vida. Éstas son las únicas ideas verdaderas: las ideas de los Náufragos. El que no se siente de verdad perdido se pierde inexorablemente;es decir, no se encuentra jamás, no topa nunca con la propia realidad.
Impresionante, ¿no os parece? Y a la vez esperanzador. O sea, que si me siento perdido y soy consciente de ello, es que voy por el buen camino. De repente un click se produce en mi cerebro. Pues va a ser que Andrés tiene razón cuando habla del miedo. Retorciendo un poco el argumento resulta que a poco que uno escarbe, el agujero se hace más grande -¡qué obviedad!. Vamos, que en la ignorancia uno es ¿feliz? pero según reflexiona y ahonda en el interior, la oscuridad es mayor, y por lo tanto también el temor que nos invade. Y por eso la reacción natural es que nos quedamos a la puerta antes que adentrarnos en la oscuridad, ¿no es así?
Ahora sí que te entiendo, Andrés. A fin de cuentas, ante el miedo hay tres reacciones posibles: encararlo (lo que supone reconocerlo y aceptarlo), paralizarse o salir huyendo en busca de refugio.
La verdadera libertad -y la responsabilidad- reside en la capacidad para escoger entre la tres, con independencias de lo que nos dicta el instinto. Yo elijo la primera, ¿y vosotros?
Dedicado a todos los Náufragos
(*) Sí, ya sé que lo podía haber comprado en el Divers del Aeropuerto o en cualquier librería, pero la experiencia de compra no hubiera sido igual, aunque el libro tenga las mismas letras y en el mismo orden.
Nota: El autor de la ilustración infantil de Superman es Wayne Harris.
La frase de Ortega es … impresionante.
Y lo más impresionante de todo es que la entiendo y la comparto.
Esto es más duro que un cambio de paradigma, y que conste que lo digo por propia experiencia… que ya se me han roto dos o tres.
Sí que es impresionante, a mí me cautivó en cuanto la leí.
Yo hago la lectura en modo optimista, pues lo peor de todo es andar perdido sin saberlo. Imagínate que vas así por una ciudad que deconoces: te roban la cartera fijo.
Sin embargo, el tomar conciencia puede resultar angustiante al principio, pero es el inicio de la solución.
Saludos,