Hay ocasiones en las que cambiar una situación y darle la vuelta no requiere precisamente de grandes acciones, planes de choques y fuegos artificiales. Es más, creo que suelen ser contraproducentes.
Me refiero, por ejemplo a cuando queremos cambiar la cultura de la organización, recuperar la fidelidad de los empleados (o la moral), alterar nuestra trayectoria profesional o salir de un determinado encasillamiento.
Cuando pienso en todas estas circunstancias y alguna más, la imagen que me viene a la cabeza es la de un terreno yermo, seco y agrietado que quisiéramos cultivar y sobre el que echáramos un cubo de agua. ¿Qué ocurriría? Que no sería nada efectivo porque el agua símplemente se encharcaría y terminaría por evaporarse antes de empapar el terreno. Sobre todo si sólo echamos un cubo y luego no hay una continuidad en el riego.
Pero, ¿y si esa misma cantidad de agua, en vez de verterla de una vez y en un corto espacio de tiempo la fuéramos echando poco a poco, como si fuera una lluvia fina que cayese de manera constante y prolongada? Entonces iría calando poco a poco, empapando el terreno con un avance casi imperceptible pero eficaz por lo constante del chirimiri.
Pues lo mismo ocurre con las empresas y las personas que las formamos, que hay cambios que sólo se consiguen mediante la constancia y pequeñas pero frecuentes victorias que son las que van abonando el terreno; sin fuertes aspavientos pero asegurando silenciosamente el territorio ganado. Así hasta que un día, casi sin que nos hayamos dado cuenta, se habrá obrado realidad lo que al principio parecía que sólo ocurriría por un milagro.
Esta entrada está inspirada por un libro que hace poco recomendaba una persona que sigo y admiro y que compré y leí de inmediato. Aunque mal traducido y peor editado -por sus numerosas faltas de ortografía-, merece la pena porque contiene ideas muy interesantes y poco convencionales. Una de ellas es la de las pequeñas victorias para un gran cambio.
Por otro lado, la metáfora del terreno seco y el cubo de agua la he usado en alguna reunión de esas en las que lanzamos ideas (tormentas, valga la redundancia) para recuperar la “motivación” del equipo. Y de alguna manera, la imagen que encontré de la maceta para ilustrar el primer post sobre motivación me ha evocado dicha analogía. Y es que la opinión que siempre mantengo es que este tipo de cambios no se consiguen con un plan de acción que al siguiente trimestre ha sido desplazado por otro proyecto, sino con el trabajo individual, libre y responsable de cada uno de nosotros en el día a día, de manera constante y consistente.
Exactamente como una lluvia fina.