Improbe Neptunum accusat qui naufragium iterum fecit

riesgoUa vez descargado emocionalmente tras la anterior entrada sobre la Semana Santa que acaba de terminar, no quiero dejar pasar la ocasión de comentar sobre un aspecto de la misma que me ha hecho reflexionar sobre la gestión de riesgos. Seguramente, el lector se preguntará: “¿qué tendrá que ver la gestión y el riesgo con la Semana Santa?” Y si además es habitual, añadirá: “a este se le ha vuelto a ir la pinza”. Pero dejadme que me explique.

La situación es la siguiente: como ya sabréis, esta Semana Santa ha llovido bastante en el sur de España. Y, particularmente el Miércoles Santo por la tarde-noche y el Jueves Santo muy intensamente por la mañana. Por la tarde el tiempo se calmó y desde el mediodía no volvió a caer una gota de agua en el centro de la ciudad. Sin embargo, eso lo sabemos a posteriori, ya que en el día de autos, las Juntas de Gobierno de las cofradías que salían ese día, es decir, los que mandan, se reunían para decidir si hacían o no la salida procesional.

Lo que pasó es que algunas decidieron salir, mientras que otras resolvieron tempranamente quedarse en su templo. Alguna tomo la misma decisión pero en el último minuto y otras decidieron salir para luego recular y darse la vuelta ante las noticias de que estaba lloviendo en algunos barrios de la ciudad y un poco, creo yo, de pánico que nos contagiábamos entre todos ante la incertidumbre sobre la climatología -móviles y radios contribuían a difundir nerviosismo.

Prometo no volver al tema de la Semana Santa hasta el año que viene, pero para esta entrada me viene de perlas para ilustrar un tema sobre el que hace tiempo quería escribir: el riesgo, la percepción del mismo que tenemos, la incertidumbre y la posición ante él de los que toman las decisiones.

Definiciones de riesgo hay muchas, tantas como manuales sobre el tema, incluida la nada ortodoxa pero muy ilustrativa de la famosa leyenda urbana del examen de Filosofía. Pero lo importante es que el riesgo conlleva la noción de probabilidad de que ocurra un hecho determinado, que siempre lleva aparejado una consecuencia negativa, por ejemplo, pérdidas económicas.

En nuestro caso, el riesgo estaba muy claro: existía la posibilidad de que lloviera con la procesión e la calle y eso causaría importantes destrozos en el patrimonio artístico: bordados, terciopelos, policromías de las imágenes, dorados de los tronos, lienzos de los estandartes, etc.

Y sobre todo, el riesgo es objetivo, otra cosa es que sepamos cuantificarlo o no, lo cual nos llevará al asunto de la incertidumbre en dos o tres párrafos, pero ahora lo que me interesa resaltar es que el riesgo existe o no existe. Y si existe, puede materializarse o no materializarse. Porque de lo contrario, no hablaríamos de riesgos sino de certezas, como por ejemplo hablaríamos a toro pasado. Por lo tanto, es posible que:

  1. Aún existiendo a priori una probabilidad alta de que ocurra, no pase nada.
  2. Pese a que la probabilidad de que pase es muy baja, termine ocurriendo.

Esto, que es una perrogrullada y que, al menos antes, se estudiaba ya en BUP con las bolas blancas y negras, lo cierto es que lo olvidamos con frecuencia. Y si no, que se lo digan al Jefe de Procesión de Mena, que le cayó un chaparrón mediático precisamente porque al final no le cayó ningún chaparrón metereológico (1).

Porque lo que ocurre es que el riesgo objetivo, conocido y cuantificable o no, pasa por el tamiz de nuestra propia percepción del mismo modo que se completa con nuestro perfil de aversión al riesgo, que me parece que son también conceptos diferentes, aunque ambos sean de componente subjetivo.

En este sentido, pongámonos en la siguiente situación: ha estado lloviendo toda la tarde-noche del día anterior y durante la mañana no es que haya llovido, es que ha caído una inmensa tormenta acompañada de granizo que ha cubierto de pedruscos de hielo buena parte de la ciudad. Por la tarde, aunque no llueve, sigue habiendo nubes en el cielo y llegan noticias de que en otras zonas de la ciudad y de la provincia están empezando a caer gotas y que otros ya han decidido quedarse en casa o darse la vuelta por lo que pueda pasar.

Nos dicen que la probabilidad de lluvia es del 60%. Asumamos por el momento que es un dato correcto y que se puede determinar la probabilidad con tanta exactitud como si metiéramos en una bolsa 6 bolas negras y 4 blancas y quisiéramos saber la probabilidad de sacar una bola negra. De manera que si saliera negra eso supondría regar con una manguera a toda la procesión.

Mi pregunta es: ¿cambia el riesgo objetivo real el hecho de conocer o no que ha llovido, granizado, que otros no salen, etc.? Ya se ve que no, ¿verdad? Y sin embargo, ya pueden venir un científico de la NASA y un premio Nóbel de Física a decirme que la probabilidad de que llueva es del 60%, que para mí como si es del 99%. ¿O no?

Tema diferente es que el 60% justifique salir, pero ahí entramos ya en lo aversos al riesgo, vulgo conservadores o amarrateguis, que seamos. Pero eso es harina de otro costal.

Pero en cualquier caso, hemos introducido otro factor: el de la incertidumbre. Pues sin bien en el caso del saquito con las bolas no sabemos con seguridad el color de la bola que saldrá, sí que conocemos dos cosas muy importantes:

  1. La proporción de bolas negras y blancas
  2. Las consecuencias de sacar una bola negra (i.e. el manguerazo a los sufridos nazarenos)

Pero en la vida real incluso este conocimiento se nos es vedado. En nuestro ejemplo, está claro que nunca sabremos con certeza la probabilidad real de que llueva: es como si no supiéramos cuantas bolas hay de cada color en la bolsa. No obstante, hay bolanegrólogos muy reputados que han consagrado su vida al estudio y realización de experimentos y son capaces de darnos una estimación de esa proporción. Es decir, nos ayudan a reducir la incertidumbre existente.

Sí que está claro, sin embargo en el ejemplo, las consecuencias de la bola negra. Fundamentalmente porque hemos observado previamente el efecto del agua en los enseres. Es importante hacer notar que no todas las veces sucederá así, y habrá ocasiones en las que no seamos capaces de predecir con certeza las consecuencias de determinado suceso. Por ejemplo, intuimos que el que no haya procesiones el Jueves Santo reducirá los ingresos de la hostelería y a la larga tendrá impacto en la economía local. Pero no podemos determinar exactamente cuánto o si la gente, que ya está en la calle, aprovechará a tomarse unas cañas y cenar tranquilamente y compensar las pérdidas.

Así las cosas, nos preguntamos: ¿qué podemos hacer ante el riesgo?

En muy pocas, raras ocasiones podremos actuar sobre la probabilidad de que ocurra el suceso que tememos más que a una vara verde. Sería como meter más bolas blancas de las que ya hay o alquilarles a los rusos las avionetas esas que cuentan que sobrevolaban las Olimpiadas de Moscú (¿o eran otras?) esparciendo un producto químico para disolver las nubes (¿Otra leyenda urbana?). Así, reduciríamos el riesgo.

En otras ocasiones, podremos tratar de reducir la incertidumbre, tratando de anticipar bien la proporción real de bolas negras, bien la probabilidad de que llueva. Para ello tenemos mecanismos como la experimentación o la simulación. Por ejemplo, hacer el experimento de sacar 100 veces una bola y tomar la proporción como estimador. En el caso de la lluvia, me imagino que los porcentajes los sacarán a partir de observaciones históricas y análisis de correlación de determinadas variables medibles (temperatura, presión atmosférica, dirección y velocidad del viento, humedad relativa, etc.)

Y casi siempre podremos mitigar el riesgo. Es decir, tener identificado lo que puede ir mal, y haber pensado de antemano un plan de contigencia que nos permita actuar rápidamente para reducir las consecuencias negativas en caso de que se produzca el fenómeno indeseado. Aquí da igual que nos mojemos porque saquemos bolas negras o porque llueva, porque la acción es protegernos del agua y minimizar la exposición al líquido elemento.

¿En nuestro ejemplo qué se hizo? Tener plásticos preparados para cubrir las imágenes y un bonito conjunto de opciones reales (real options), que son como las de la Bolsa pero aplicadas fuera del mundo financiero. Básicamente las opciones eran: no salimos, salimos, salimos pero una hora más tarde y salimos pero nos damos de plazo hasta Calle Larios para decidir darnos la vuelta -básicamente porque una vez entrado en Calle Larios no se puede dar la vuelta hasta bien entrado el recorrido oficial, con lo cual si al final llovía, el tiempo de exposición al agua era mucho mayor y consecuentemente los destrozos. Finalmente, se decidió salir una hora más tarde y, como ya sabéis, se decidió ejercer la opción de volvernos antes de comprometer la vuelta en caso de lluvia.

Para mí, el riesgo no se podía reducir, la incertidumbre en gran medida estaba acotada -y un 60% para mí no es desdeñable para lo que está en juego- y el plan de contingencia me parecía intachable.

¿Se hizo algo mal? A mi juicio no.

Pero no llovió.

(1) Lo cierto es que mi cofradía ha sido muy duramente criticada por la decisión y sobre todo su rectificación -injustamente a mi juicio, pero no es este el tema-, máxime cuando a la postre se vio que en el centro de Málaga no cayó ni un mísero chubasco. Obviamente, si hubieran caído chuzos de punta, como pasó a la mañana, otro gallo hubiera cantado. Pero no fue así.

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2 thoughts on “Improbe Neptunum accusat qui naufragium iterum fecit

  1. No sé si soy el único que no sabe latín pero seria de agradecer que traducieras los títulos con un subtítulo traducido en español, por decir algo. Así me culturizarias un poco :)

    Excelente blog 😉

  2. Oksi, gracias por tu comentario.

    Los títulos en latín suelen corresponder con una cita o algún aforismo relacionado con la entrada, es verdad que ya habéis pedido varios las traducciones y a veces dejo alguna pista, al principio o al final del post.

    Pero bueno, trataré de poner las traducciones. Concretamente la de este post, es un proverbio latino que expresa que uno no debe quejarse de haber sucumbido a un riesgo si conscientemente se expuso a él; “Injustamente acusa al mar quien naufraga segunda vez”

    Saludos y gracias otra vez,
    Antonio.

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