En unos de esos raros destellos de lucidez que de vez en cuando uno tiene, he llegado a comprender el motivo por el que no me tenía preocupado el tema de la crisis… de la crisis del partido de la oposición, me refiero, no la otra que para algunos no existe y que de alguna manera prefiero que lo sigan pensando, porque lo único que pueden hacer es empeorarla o retrasar su solución.
Y es que he entendido por qué vivía con tranquilidad pese a que llevamos ya unos meses sin oposición. Lo he visto claro: es que llevamos los mismos meses virtualmente sin gobierno. Lo cual teniendo un gobierno socialista y por ende, intervencionista, para un liberal no puede caber mayor gozo. Bueno sí, cabría en el caso de que éste redujera motu propio su ámbito de actuación y nos devolviera a los individuos parte de la libertad que nos hemos ido dejando arrebatar en aras de mayor seguridad y confort -¿bienestar, lo llaman?-, pero eso no lo verán mis nietos, ni los nieto de mis nietos. Me temo.
He visto la luz, decía, al ver hace unos días una noticia que comentaba lo escaso de la actividad legislativa del gobierno en estos primeros meses de legislatura. Ya de entrada me choca que se le achaque eso al gobierno, y no es por defenderlo sino porque éste es titular en teoría del poder ejecutivo, y lo de hacer leyes, hasta donde sé corresponde más al legislativo -de ahí su nombre 😉 -. Pero en realidad, tampoco me extraña tanto, pues en esta amalgama actual se mezclan todos los poderes y, por mezclarse, hasta se mezcla ese que es llamado cuarto poder. Desde que un ilustre político expidió el certificado de muerte a Montesquieu, lo de la separación de poderes -la efectiva, y no la meramente nominal- es más cosa de los libros de Historia. Bueno, ni de eso siquiera tal y como está el sistema educativo.
En todo caso, pese a que el trasfondo de la noticia era más una crítica al hecho, pensé: ¿y qué hay de malo en eso? Si visto lo que se nos viene encima, lo mejor es decir aquello del chiste: “Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy”. ¿O no?
Por eso pienso, al contrario que Javier Capitán, que lo mejor que nos puede pasar es que el gobierno no haga nada. Y tampoco diría que lo quitemos, con que mantengan una especie de servicios mínimos para vigilar por el respeto a la propiedad privada, la libertad de las personas y el cumplimiento de los contratos, yo ya me doy con un canto en los dientes.
¿O alguien piensa a esta alturas que cualquier ley que promueva el gobierno no será a costa de nuestros vapuleados bolsillos? ¿O alguien cree que cualquier actuación que haga el gobierno no pasará por pegarle un bocado más a nuestra propiedad privada más preciada: el fruto de nuestro trabajo? Porque o nos lo pega ahora, o lo hace para dentro de unos años con efectos retardados. ¿Qué es si no el déficit presupuestario? ¿No es dinero que alguien alguna vez tendrá que pagar? ¿Y quién será? ¿El gobierno? Por supuesto, pero a ser posible cuando esté otro, aunque sea del mismo partido, tanto da. Ya lo dijo Keynes, a los cien años todos calvos. Pero el drama es que el gobierno no tiene bolsillos… ¿y entonces? Pues pagamos los de siempre, las personas.
Y para muestra un botón, porque oigo en la radio noticias que me hacen temblar. En una de ellas, al parecer la solución para la subida de los carburantes pasa por eximirles del pago a los transportistas de las cotizaciones de la Seguridad Social -se ve que los oficinistas no usamos el coche para trabajar, ¿dónde está la Ministra de Igualdad?
Muy responsable, sí señor. Porque eso equivale a decir: que paguen otros. ¿Quiénes? ¡Ah! No se sabe, como es a futuro, no hay manera de saberlo. Brillante, ¿verdad? No me digáis que es el crimen perfecto. Alguien, no sabemos quién, dentro de pocos o muchos años, quién sabe, se verá perjudicado por esta decisión. Tampoco sabemos cómo ni en qué medida. Pero el hecho es que en nuestro sistema de previsión social, basado en una estructura al más puro estilo de los negocios piramidales -por cierto ilegales, ¿a alguien le suena Forum/Afinsa?-, se basa en que los que cotizamos hoy estamos pagando a los pensionistas que cotizaron ayer. Y así, cuando nos toque a nosotros, alguien tendrá que estar al otro lado de la nómina para pagar nuestra pensiones… Con lo cual, eso que ahora se deja de ingresar, será algo que alguien ingresará de menos. Así soy yo también solidario.
Pero hete aquí que una parte muy importante del precio del gasóleo son impuestos especiales. Que, curiosamente, no se nos ocurre bajar y curiosamente forma parte del acuerdo de financiación de las Comunidades Autónomas -¿se acuerda alguien del céntimo sanitario? . Pero este al menos es fijo, peor es como funciona el IVA, indexado al precio del producto. Ergo, que sube el precio del arroz, pues un 7% que me llevo de lo que suba en concepto de IVA. Que suben los pisos de segunda mano, pues un 6 ó un 7% que me llevo de la subida en concepto de ITP y AJD más el % que le toque al vendedor por la plusvalía generada en concepto de IRPF. ¿Alguien se sorprende aún de que hubiera superávit? ¿Alguien de verdad se alegra de hubiera superávit? Es como en la comunidad de vecinos, ¿cuánto dura un administrador de fincas en una comunidad que no hace más que incrementar su superávit?
Y entonces, me pregunto: ¿por qué todas las medidas siempre pasan por gastar más? ¿Por qué no gastamos menos y así tenemos que ingresar menos y las personas tienen más dinero en sus bolsillos para hacer con él lo que mejor les parezca? Esto sí que sería progreso. ¿No?
Lo peor de todo, es que como dice Rafa, a los ciudadanos no se nos ocurre otra que tirarnos piedras contra nuestro tejado y recurrir a huelgas equivocadas y a pedir medidas más equivocadas aún (léase intervención de precios y engendros similares).
Lo dicho, estando así las cosas o rebus sic stantibus, “Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy”.
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