Me pregunto qué es lo que nos hace tenerle tanto miedo a la libertad. Tanto como para que no sólo no nos importe cederle cada vez más espacio de nuestra esfera personal de acción a eso que llamamos Estado, y que se encarna en una combinación de funcionarios burócratas y políticos adictos al poder, sino que nos parezca bien hacerlo y además creamos que nunca es suficiente.
Porque el que sean los políticos quienes muestren poco aprecio por la libertad no debería sorprendernos, en tanto en cuanto menos libertad para nosotros, significa inmediatamente más poder para ellos. El objetivo vital de todo hombre público es mandar, cuanto más y durante más tiempo, mejor. Luego, podrá utilizar ese poder para lograr un programa político sin duda bienintencionado, o para lucrarse personalmente a costa de los contribuyentes pero sobre todo, lo primero es mandar más. Lo de mejor ya se verá.
En este sentido, el otro día escuché a un político madrileño de cierto partido decir algo en un programa de debate que me sorprendió, no tanto por su contenido sino por su sinceridad. No tengo la transcripción exacta de sus palabras, pero venía a decir algo así como que como economista, él también pensaba que los impuestos son malos siempre, pero necesarios y que más que el mal que podían ocasionar, le preocupaba el que la gente pudiera decidir líbremente qué hacer con su dinero. Y lo dijo así, no veladamente sino de manera bastante explícita, sin anestesia. Pero más sorprendente fue aún que nadie en el plató -ni siquiera los pretendidamente liberales- saltara de su asiento ante semejante declaración en contra de la libertad individual.
Pero no es mi intención en estos momentos juzgar las intenciones de los políticos -ni de los periodistas, que cada vez estoy más convencido son una rama más del poder establecido. Me interesa más pensar en el hombre de a pie, el ciudadano normal y corriente que, lejos de la moqueta de dos dedos y el coche oficial, se afana cada día por mejorar su propia condición y la de los suyos, se emplea duro cada día en ganarse el sustento y el de su familia e intenta que le quede un poco para disfrutarlo en su ocio y, si es posible, otro poco para ahorrarlo.
Pues bien, desde que dedico parte de mi tiempo libre a intentar profundizar en esto de la libertad y el liberalismo, no paro de hacerme la misma pregunta una y otra vez: ¿qué es lo que nos hace tenerle tanto miedo a la libertad? ¿Qué es lo que le hace a mis amigos, que piensan diferente a mí, albergar el convencimiento de que su dinero está mejor administrado por extraños, que el gobierno va a velar más por su salud y bienestar, o que el Estado se va a preocupar más y mejor por la educación de sus hijos que ellos mismos? En definitiva, ¿por qué pensáis que los políticos nos van a sacar las castañas del fuego, un fuego por cierto, que nos han vendido que hemos provocado nosotros mismos cuando nos han dejado sueltos?
Y por más que intento obtener una respuesta, no encuentro más que contradicciones.
Uno de los recursos más frecuentes y que esconde una de las contradicciones más flagrantes es el de acudir al debate partidario, a lo supuestamente malo que es el líder del partido contrario, a algún descalificativo dirigido a alguna que otra lideresa o a los trajes de no-sé-quién. Resulta muy complicado separar a la gente de lo concreto y tratar de discutir en un nivel de abstracción superior, alejado de nombres propios, liderazgos planetarios y siglas concretas. Pero aún así, cuando uno se ve en éstas, es relativamente sencillo extraer alguna conclusión, a mi juicio demoledora.
Partamos de la base de que siempre se asume implícitamente la imperfección humana, es decir, se da por hecho que los hombres somos seres de capacidad y bondad limitada y que no hay hijo de vecina que esté vacunado de por vida contra el error, la ignorancia, los actos de puro egoísmo o, directamente, la maldad.
Pues, o bien uno cae en el discurso maniqueo de buenos y malos, asumiendo que por definición todas las almas puras, honradas, solidarias, tolerantes, defensoras del bien y de la justicia universal, en definitiva, los auténticos y genuinos amantes del progreso humano, caen siempre e indefectiblemente en el mismo lado del espectro político, o bien se está asume que los rasgos de bajeza humana están presentes, como los de altura moral, en todas las personas normales, mire uno a su izquierda o mire a su derecha.
Lo primero, es algo relativamente sencillo de desmontar, pues además de naïf, se me antoja estadísticamente complicado de cumplir. Lo segundo, requiere un esfuerzo adicional para seguir el razonamiento lógico, pero es donde se esconde la gracia del asunto.
La secuencia lógica es la siguiente: (1) el Estado -que disfruta del monopolio de la coacción y la violencia legal- está conformado por una minoría de hombres, (2) los hombres, generalizando la definición que Mises aplicabla a los consumidores, somos como jerarcas egoístas, implacables, caprichosos y volubles, difíciles de contentar, (3) ergo el Estado, que no es una institución divina (como creían los Egipcios) ni suprahumana o metafísica (como pensaba la estatolatría prusiana del s. XIX), sino una institución netamente humana, se ve necesariamente aquejado por los mismos males que los hombres que lo conforman. Como corolario dos preguntas: (a) ¿queremos darle poderes ilimitados a una institución que de antemano sabemos que es imperfecta? (b) ¿No preferiremos limitar el poder para así, limitar el daño que puedan hacer?
¿Por qué preferimos una respuesta afirmativa a (a) que a (b)?
Supongo que un motivo puede ser que pensemos que aun asumiendo que las proposiciones (1) y (2) sean verdaderas, de ambas no se deriva necesariamente la consecuencia (3). Esto sólo se puede negar mediante la afirmación de que al Estado sólo accederían seres de probada rectitud e integridad, seres bondadosos y omniscientes, mirlos blancos, verdaderos ángeles como decía MiltonFriedman, en definitiva los sabios que Platón veía al frente de su República.
Obviamente, uno no tiene más que mirar a su alrededor -sea mirando en la tele una intervención de nuestro planetario presidente o de su oponente, sea haciendo una visita a cualquier ventanilla ministerial- para darse cuenta de que tal cosa es más falsa que los euros de Homer Simpson.
En modo alguno se puede garantizar que los electores confieran el poder a los candidatos más competentes. Ningún sistema puede ofrecer tales garantías.
Ludwig von Mises
La acción humana
A las pruebas me remito.
Pero es que el otro motivo que me queda es todavía más aterrador. Porque supone la abdicación de uno mismo, una renuncia a la libertad que sólo se me ocurre que se puede dar por un motivo: la negación de la propia responsabilidad.
Porque efectivamente, aunque algunos tengamos claro que es mucho más preferible la peligrosa libertad a una pacífica servidumbre, y que no la vendamos ni por todo el oro del mundo, otros sin embargo deben sentirse más a gusto viviendo en una termitera humana, como la describiera Ortega y Gasset. Quien ceda de esta manera frente al Estado debe ser porque:
[…] lo ve, lo admira, sabe que está ahí, asegurando su vida; pero no tiene conciencia de que es una creación humana inventada por ciertos hombres y que puede evaporarse mañana. Por otra parte, el hombre-masa ve en el Estado un poder anónimo, y como él se siente a sí mismo anónimo -vulgo-, cree que el Estado es cosa suya. Imagínese que sobreviene en la vida pública de un país cualquier dificultad, conflicto o problema: el hombre-masa tenderá a exigir que inmediatamente lo asuma el Estado, que se encargue directamente de resolverlo con sus gigantescos e incontables medios.
José Ortega y Gasset
La rebelión de las masas
¿No resulta dolorosamente cierta la última frase en estos días en los que la crisis económica nos aflige? ¿No es significativo cuánta gente torna estos días su mirada al Estado para que le resuelva la papeleta?
Sin embargo, a mí más que los efectos inmediatos de la crisis, que me preocupan y mucho, lo que realmente me da pánico son sus consecuencias a medio plazo, pues:
Este es el mayor peligro que hoy amenaza a la civilización: la estatificación de la vida, el intervencionismo del Estado, la absorción de toda espontaneidad social por el Estado; es decir, la anulación de la espontaneidad histórica, que en definitiva sostiene, nutre y empuja los destinos humanos.
José Ortega y Gasset
La rebelión de las masas
Y me causa terror porque como advertía Mises:
Puede el hombre destruir muchas cosas; a lo largo de la historia ha hecho uso generoso de tal potencialidad. Y está en su mano, efectivamente, desmantelar la economía de mercado.
Ludwig von Mises
La acción humana
Y es que si nos lo proponemos, lo conseguiremos.
Nota sobre el título: la usucapión es un concepto jurídico con origen en el Derecho Romano y significa la adquisición de una propiedad o de un derecho real mediante su ejercicio en las condiciones y durante el tiempo previsto por la ley. Dicho en román paladín, consiste en hacerte con la propiedad de algo, aunque no te corresponda y de gratis, por el mero hecho de usarlo durante un tiempo sin que su dueño legítimo lo reclame. La usucapio libertatis o usucapión de la libertad es cuando lo que se adquiere es la libertad de una servidumbre por incumplirla durante el transcurso del plazo requerido. Y eso es lo que nos va a pasar, que por no reclamar la libertad usurpada, al final terminaremos perdiéndola definitivamente.
Antonio, me apunto a reclamar nuestra usurpada libertad. ¿Sabes si hay algún manifiesto o manifestación? ¿Será cuestión de hacerlo de otra forma?
Muy buena reflexión, bravo.
La política es una excusa, un truco de mágia para alcanzar la fama,el poder. Alimentar el ego de una pandilla de acomplejados.
Y ése es el camino, de eso estoy seguro, tristemente. La historia se repite. Al final todo lo basamos en izquierdas y derechas, buenos y malos… Y entre ese espacio está el individuo, cada vez más aprisionado.
El individuo como bien dices no quiere ser libre, ésa es mucha responsabilidad. La libertad no te garantiza el éxito y la fama… A quién le vamos a echar las culpas. Preferimos ser ovejas, masa al amparo de un papá estado que nos lo de todo. Todo menos la libertad.
A cambio de ello, perdemos cualquier atisbo de intuición,creatividad, espontaneidad. En fin, perdemos la emoción de vivir una vida no escrita, una vida auténtica.
Saludos.
Nacho, muchas gracias por tu comentario. La verdad que poco más tengo que añadir, como bien dices, vendemos muy barata la propia libertad a cambio de un falso espejismo de seguridad y estabilidad, que no es otra cosa que desentenderse de sus propios asuntos, de su propia responsabilidad.
Parece que sólo queremos conquistar nuevos derechos, pero olvidando que tras cada derecho casi siempre hay una obligación… típicamente de otro, claro.
Saludos,
Antonio.