Conste que soy más de felicitar la Navidad que el Año Nuevo, dado que este último no deja de ser un mero convencionalismo estatista —sí, ya sé que lo primero es un convencionalismo religioso, pero al menos como tal es absolutamente personal— que, además, suele suponer un hito clave para múltiples intervenciones del gobierno, como la entrada en vigor de cambios en el IRPF, en precios y tasas públicas, etc. Además, ya dije algún año que enero me parece un mal momento para adquirir nuevos hábitos y ponerse objetivos, por aquello del frío invierno.
De hecho, la celebración del cambio de año en enero es relativamente reciente, ya que fue el papa Gregorio XIII quien lo dispuso así en el siglo XVI para el mundo católico cuando sustituyó el calendario juliano, en vigor desde los tiempos de Julio César, por el que lleva su nombre y que es con el que nos regimos desde entonces. Hasta aquel momento, el año se iniciaba en la primavera —en torno al 21 ó 25 de marzo— de acuerdo con los ciclos agrícolas —enero como que es un mal mes para sembrar nada, ni semillas ni buenos propósitos.
Cuando hablo del carácter estatista de esta celebración no me lo invento. Aunque los romanos celebraban el Año Nuevo el 25 de marzo, los emperadores aprendieron rápido a modificar el calendario cambiando la duración de meses y años para así prolongarse en el poder —Es como si Rajoy en el próximo Consejo de Ministros aprobara un Real Decreto anunciando que el año pasa a ser de 720 días. ¡Tendríamos una legislatura de 8 años! Mejor no demos ideas. Así, por poner un ejemplo, en el año 153 A.C. el Senado romano decidió fijar el primer día del año administrativo el 1 de enero. En el 46 A.C., tras múltiples alteraciones del calendario, hubo que resincronizar de nuevo las agendas dado el descontrol. Acto del que se ocupó Julio César y de ahí lo de juliano. Aquel año, por cierto, duró cerca de 450 días.
La relación de la Iglesia con Roma no fueron, como sabéis, siempre del todo fluidas, lo que llevó a la jerarquía eclesiástica a rechazar de plano la fecha del 1 de enero por pagana, hasta que aprendió, por prueba y error, que era mejor adaptar sus fiestas a las tradicionales del pueblo hasta fagocitarlas por completo —la única genuinamente cristiana parece ser el 25 de diciembre, y por error. El primer intento fue establecer el 1 de enero la Circuncisión del Señor, que creo que siguen celebrando algunas ramas del protestantismo cristiano. En todo caso, durante la Edad Media, o bien desapareció la festividad —con los augurios del milenio no estarían para muchas fiestas— o se celebraba en fechas diferentes según el lugar (el 25 de marzo, el Domingo de Pascua, el mismo día de Navidad, etc.). En cualquier caso, no fue hasta el mencionado papa Gregorio XIII en pleno Renacimiento que los europeos unificamos criterio.
Los cálculos para fijar el año de origen los realizó, a modo del Oliver Wyman de la época el monje Dionisio el Exiguo, que, por cierto, se equivocó en unos cuatro o cinco años al establecer la fecha real de nacimiento de Jesús el 25 de diciembre del año 753 del calendario romano, fijando así el año 1 de nuestra era en el 754. ¿Cuál era el problema? Que Herodes para entonces ya llevaba cuatro años por lo menos criando malvas y, por tanto, difícilmente iba sentarle mal que naciera un nuevo Rey de los Judíos al que matar por disputarle el trono. En todo caso, como ocurre con toda regulación administrativa que se precie, nadie se ocupó de enmendar el error, y así ha llegado hasta nuestros días. A lo mejor tendríamos que brindar esta noche por 2018 y no por 2013 —lo cual no estaría mal porque para entonces hasta habremos salido de la crisis…o quizás no.
Lo que no parece tan moderno es la tradición de desfasar la noche en la que se considera que acaba un año y arranca otro nuevo, sea en enero, en marzo o a finales de julio como celebraban los pueblos Inca o Mapuche. Al parecer, ya en la antigua Babilonia —actual Irak— hace 4000 años se daba la bienvenida al Año Nuevo en el equinoccio de primavera con una fiesta que duraba ¡11 días! Sólo de pensar un programa de Nochevieja con Juan Imedio que dure once días me dan sudores fríos (claro, que quienes vivan en Andalucía y disfruten de Canal Sur no notarían la diferencia dado que lo tienen en antena 365 días al año). Eso sí, europeos o no europeos, chinos, indios americanos o tribus de África, a todos nos gusta celebrar la Nochevieja con una buena farra.
Dicho lo cual y después de todo este rollo, he de decir que pese a todo no sólo no me importa en absoluto acogerme al convencionalismo, sino que lo hago de todo corazón, y os deseo a cada uno de vosotros un
¡ F E L I Z A Ñ O 2 0 1 3 !
Nota sobre el título y la imagen: La imagen corresponde a una carta de felicitación en forma de tablilla de madera procedente de Vindolanda, un fuerte de la muralla de Adriano en Gran Bretaña. Se trata de una misiva de Hostilius Flauianus a su amigo Cerialis deseándole un feliz año nuevo. El texto es el que da título a este post.