De vez en cuando se oye decir de tal o cual empresa es muy compleja. De hecho creo que cada vez es más frecuente escucharlo en boca de personas que trabajamos en grandes empresas, multinacionales, big fives (o fours, no recuerdo ahora por que número van), administraciones públicas y otras especies altamente burocratizadas.
Cada vez que lo oigo reconozco que tengo saltar para replicar, una vez más, que las empresas no son complejas, somos las personas las que las complicamos. Y es que el riesgo a despersonalizar, a abstraer en exceso está siempre ahí.
Pero voy a proponer una fórmula con la que espero contribuir al menos a que todos nos pensemos dos veces antes de poner nuestro granito de arena a la complejidad de la organización en la que trabajamos. Consiste en hacerse la siguiente pregunta:
¿Haría esto mismo si, siendo el resto de condiciones iguales, se tratara de mi propia empresa?
Si la respuesta es no, entonces ¿por qué lo hago en mi departamento de X personas? ¿Por qué impongo la aplicación de las reglas del todos para uno y uno para todos en los procesos? ¿Por qué le dedico tiempo y recursos a crear bonitas presentaciones para definir y comunicar la cultura de empresa, cuando tengo en mis manos una poderosísima -y gratuita- herramienta como es dar ejemplo?
Desde luego, si en el caso de que la empresa fuera mía actuaría de manera diferente, entonces es que hago todo lo anterior guiándome por criterios que poco tienen que ver con pensar en mis clientes. Y, por lo tanto, difícilmente esos criterios, a la postre, serán de eficiencia económica.
Por eso creo que otro gallo nos cantaría si en estas organizaciones adoptásemos esta mentalidad y pensáramos como si fuéramos los dueños. Eso no nos va a conseguir un jet privado y chófer, pero sí simplificarnos el trabajo a nosotros y nuestros clientes y, en última instancia mejorar unos resultados que terminarían por reflejarse en nuestro bonus.
Nota: La primera de las imágenes corresponde a la obra titulada Empresario del artista Juan Martínez Bengoechea, cuya obra se puede consultar aquí.
¿Y si los resultados no se reflejan nunca en nuestros bonus?.
¿Y si los bonus sólo reflejan la cantidad y calidad de las presentaciones?.
¿Y si nos eliminan los bonus y no te quejes o nos llevamos la fabrica a Polonia?.
¿Y si te paran los pies a la mínima iniciativa que denote que actúas como si se tratase de tu propia empresa?
Tuya no es la empresa ni todos sus codiciados frutos,
y lo que más importa: ¡serás un trabajador, hijo mío!.
(Con permiso de Rudyard Kypling)
No es tan “fácil” Antonio, Telémaco lo sintetiza muy bien.
Eso de que “las condiciones sean iguales” es algo imposible porque “dentro” de las condiciones siempre se ha de incluir el hecho de que tus decisiones están sujetas a aprobaciones de terceros que siguen unas reglas que no tienen porque ser compatibles con un criterio racional.
El “dar ejemplo” no es gratuito, de hecho te puede salir muy caro
De todas formas, creo que incluso conociendo sus limitaciones, es una buena reflexión a hacer cada vez que se toma una decisión, pues puede eliminar, al menos en parte, malas prácticas.
Telémaco …pues si te dicen todo eso y no puedes cambiarlo, empieza a buscar otro trabajo, o mejor (si puedes, que ya se que no siempre se puede) deja de ser un trabajador por “cuenta ajena”
Gracias, Telémaco y Luis por vuestros comentarios y por discrepar y animar el debate.
Quería hacer una entrada un poco provocadora porque estoy de acuerdo con vosotros que imaginarse el dueño de la empresa a veces exige tener demasiada imaginación.
Mi reflexión iba en torno a la complejidad que, sobre todo, se genera en los niveles intermedios de las empresas. Creo que es en esta capa de las organizaciones donde, por diferentes motivos se genera la burocracia, se complican las cosas y se produce la desconexión entre la cúpula y las bases. He visto muchas veces en varios sitios y entornos distintos que cuando ambos lados del organigrama se encuentran, no hay tantas discrepancias como pareciera.
Aun así, si todos, insisto, todos en estos niveles pensáramos como dueños y no como empleados, podríamos cambiar las cosas.
Por lo que abogo, Luis, es que esos terceros que toman decisiones irracionales (a veces puede que lo sean pero no se han comunicado con trasparencia los porqués y paraqués), se planteen si las tomarían igual en sus propias empresas.
Telémaco, estoy con Luis y aunque es mucho más fácil de decir (apenas unos golpecitos con las yemas de los dedos en el teclado) que de hacer, hay que salir de ahí escopetado. Por dos motivos, porque no te merecen y porque con esa mentalidad una empresa está abocada al fracaso o, si es muy grande y poderosa, a continuas reorganizaciones.