Cuentan los hagiógrafos que que paseando un día por la playa, San Agustín iba pensando en el misterio de la Trinidad y se encontró a un niño que había hecho un hoyo en la arena y con una concha llenaba el agujero con agua de mar. Viendo como el niño corría hasta la orilla, llenaba la concha con agua de mar y depositaba el agua en el hoyo que había hecho en la arena, San Agustín se detuvo y le preguntó por qué lo hacía, a lo que el pequeño le dijo que intentaba vaciar toda el agua del mar en el agujero en la arena. Al escucharlo, San Agustín le dijo al niño que eso era imposible, a lo que el niño respondió que si aquello era imposible hacer, más imposible aún era el tratar de decifrar el misterio de la Santísima Trinidad.
No es mi intención comenzar una discusión teológica, sino utilizar esta historia -disculpad si el símil resulta irreverente, obviamente no es mi intención- para ilustrar la inutilidad del esfuerzo de algunos en tratar de controlar lo incontrolable. Ya dije en su día que me parece que es un problema estrictamente económico, de mera aplicación de la ley de la oferta y la demanda. No me voy a repetir, pero si que quiero insistir una vez más en la cantidad de tiempo y dinero malgastados en tarea tan futil como es ponerle puertas al campo.
Tuve un profesor de Dirección Comercial que nos ponía un ejemplo muy visual para ilustrar la ineficacia de las guerras de precio para eliminar la competencia. Lo que estamos discutiendo es diferente, pero creo que la analogía resulta muy válida. Consiste en lo siguiente: imaginemos que somos el propietario de derechos de copyright y nos encontramos en el centro de un estanque que queremos mantener libre de injerencias. De repente, empiezan a surgir corchos -redes peer-to-peer, repositorios sociales de medios, top manta, etc. Al comienzo, utilizamos nuestras manos para hundir los corchos bajo la superficie, pero sólo tenemos dos y tenemos que empezar a usar los pies, la barbilla, hasta que no nos quedan “recursos”. Entonces aparece un corcho más grande y no queda más remedio que ponerle un mano soltando otro que ya manteníamos “a raya” y que irremediablemente vuelve a resurgir con un sonido tipo ¡chop! Y mientras van surgiendo nuevos y más grandes corchos, vamos intentando hundirlos pero tenemos que soltar otros que teníamos sujetos. Chop…chop…chop!
¿Por qué mejor no aceptan la realidad tal y como es? ¿Por qué en vez de malgastar recursos en limitar artificialmente una oferta que es infinita por naturaleza, no los invierten más sabiamente en idear un modelo de negocio que se aproveche de estas características? ¿Acaso la digitalización, el alcance de las redes y el abaratamiento del almacenamiento no ha cambiado también la naturaleza de la demanda?
A veces parece que damos por sentado que esta parte de la ecuación, la demanda, no ha cambiado. Pero, por ejemplo, a mí no se me ocurre ya comprar un CD, por muy edición de coleccionista que sea o DVD que lleve con la última gira. Al precio del metro cuadrado de la vivienda, hay que empezar a mirar qué queremos almacenar en casa y cuánto ocupa físicamente. Luego está la comodidad, antes tenía que pensar qué música llevarme a un viaje porque evidentemente no me podía llevar toda la colección de CDs. Ahora va toda en el ipod, del salón al coche, del avión al hotel y del apartamento de veraneo a la bici.
Igual con las películas. De momento tengo que acumular los DVDs robándole espacio a los libros, y todavía tengo que cargar con toda la colección de Disney en un estuche porque no sé si en un viaje a mis hijas les apetecerá ver la Cenicienta o Chicken LIttle. Por cierto, si un día me lo roban o lo pierdo me hacen un siete.
Pero no todo es comodidad. Si nos paramos a pensar, ¿cuál es el verdadero recurso escaso? El tiempo del artista, sin duda. ¿Y acaso la red y las tecnologías dospuntocero no nos ofrecen una posibilidad para rentabilizarlo al máximo? Blogs, wikis, flikrs, etc. ¿No ofrecen posibilidades de negocio?
Hace seis o siete años, en la época de Napster, estaba en una universidad en los Estados Unidos -donde el ancho de banda parecía infinito- y estaba buscando una canción muy concreta de un grupo español. Cuando por fin la encontré, y mientras descargaba la canción, entablé un chat con la persona que la había compartido. Hasta aquí nada extraño, pero es que resultó ser la novia del batería del grupo, que luego me ofreció ponerme lo que quisiera de la discografía e incluso alguna maqueta grabada en los ensayos. Y además, me contó la historia del grupo. ¿Es que no hay valor aquí?
Aunque claro está, para esto los artistas y creadores del contenido, puede que no necesiten de intermediarios. Hoy en día cualquiera puede poner un blog, una cuenta en AdSense y PayPal y cobrar, o no, bien por el acceso, bien por la publicidad.
Nota: La imagen de San Agustín y el niño corresponde a un detalle de un fresco de Benozzo Gozzoli en la iglesia de San Agustín en San Gimignano.