Non est ad astra mollis e terris via

Teorías sobre la motivación humana hay muchas, de ellas quizás la más conocida es la de la Pirámide de Maslow que, no por ser la más extendida es desde luego la más acertada. Sin embargo, y pese a haber sido rebatida, parece que es la que damos por sentado siempre que hablamos de motivación.

De hecho, la palabra “motivación” y sus derivados pertenece a esa categoría de palabras comodín que, a mi juicio, en el mundo de la empresa sirven tanto para un roto como para un descosido, ya que de tanto utilizarla de manera incorrecta su significado se ha desvirtuado.

Ya he comentado en alguna otra ocasión cómo me revuelvo en mi silla cuando oigo expresiones del tipo “es que mi jefe no me motiva“. Y es que creo que esta frase es fruto de la confusión generalizada al respecto. Si bien no cabe la menor duda de que un directivo tiene un impacto muy importante en la motivación de sus colaboradores, el sujeto principal, el protagonista, es la propia persona. Es decir, salvo casos patológicos de dependencia, uno mismo tiene mucho que decir en lo que respecta a su propia motivación. El papel del jefe es, sobre todo, comprender adecuadamente la motivación humana, pues si no tiene en cuenta este factor, o bien no conseguirá los resultados deseados, o bien los conseguirá pero se volverán contra él.

Juan Antonio Pérez López, profesor e investigador del IESE desarrolló un modelo que a aquellos que hayáis pasado por esas aulas os sonará seguro, pues impregna no sólo las clases que tienen que ver con el factor humano sin que aparece en Finanzas, Comercial y ¡hasta en Dirección de Sistemas! A mí francamente me convence el modelo y me parece muy completo para explicar la motivación.

Por eso voy a intentar explicarlo con mis propias palabras y espero no maltratar demasiado a la teoría original, pues me parece que si todos tomáramos este modelo como base de nuestros criterios de decisión, nos iría bastante mejor. Quien quiera profundizar en el tema, le recomiendo la fuente original, o bien este otro trabajo de otros autores que está basado en el original pero es de lectura más llevadera por ser menos denso y conceptual.

La primera consideración es que la motivación tiene que ver con las causas que nos llevan a realizar una determinada acción. Es, en definitiva el impulso a actuar y no el estado de ánimo o de moral, con los que se suele confundir.  Está relacionado por lo tanto a las acciones concretas y tiene mucho que ver con nuestra anticipación de las consecuencias de la acción.

Por ejemplo, cuando suena el despertador y abrimos el ojo, sin darnos cuenta hacemos una evaluación a priori de las consecuencias de levantarnos o darle al snooze y quedarnos cinco minutos más. Probablemente, preveamos que si nos quedamos esos cinco minutos (acción), no llegaremos a tiempo a nuestra hija a la parada y pierda la ruta (consecuencia 1) y entonces tendremos que llevarla en coche y llegar tarde al trabajo (consecuencia 2). O a lo mejor, si tenemos suerte y tenemos ayuda, a lo mejor anticipamos que si no la llevamos nosotros la llevará la abuela o un vecino amigo. Y entonces decidimos quedarnos los cinco minutos (acción por omisión) y podremos remolonear a gusto en la cama (consecuencia 1)  pero nos perderemos unos minutos preciosos de estar con nuestra hija y que jamás recuperaremos (consecuencia 2).

De aquí podemos deducir fácilmente que para realizar esta evaluación a priori partimos de un cierto conocimiento, el cual puede ser dos tipos diferentes que a su vez caracterizan a la motivación: conocimiento experimental y conocimiento abstracto.

El conocimiento experimental es el fruto, como su propio nombre indica, de nuestra experiencia personal y lo tenemos grabado en la memoria. Por ejemplo, todos sabemos cómo se disfrutan esos cinco minutos de más por las mañanas, y lo sabemos porque lo hemos experimentado muchas veces los sábados y los domingos cuando no hay que madrugar. Sabemos que es una experiencia atractiva. De la misma manera que podemos haber experimentado el llegar tarde al trabajo y llevarnos la bronca del jefe, experiencia que poca gente le puede atraer. En el modelo de Pérez López a este impulso se le denomina motivación espontánea, porque es algo que prácticamente surge de manera automática.

Por otro lado está el conocimiento abstracto, que en contraposición al experimental es el que no hemos adquirido por la experiencia. Tiene más que ver con la lógica, la razón e incluso con los sentimientos morales. Por ejemplo, el perder tiempo que podría pasar con mis hijos y de lo que luego podría arrepentirme es algo que no he experimentado aún. O a lo mejor no hemos perdido nunca la ruta, pero deducimos que si la perdemos, tendremos que llevar nosotros al cole a nuestros hijos. Ambas consecuencias las catalogaríamos sin duda poco convenientes. Y por lo tanto, bajo este prisma, la acción de levantarse sería conveniente. Este impulso recibe el nombre de motivación racional.

A partir de aquí, podemos empezar a reflexionar. ¿Os habéis parado a pensar alguna vez por qué hacéis las cosas que hacéis? ¿Las hacéis porque son atractivas o por que son convenientes (o ambas)?

¿Y qué quiere decir entonces que alguien está desmotivado? Siguiendo este razonamiento, significaría que no siente el impulso de actuar, de trabajar, de levantarse por las mañanas. O, dándole la vuelta, más bien siente el impulso de no hacer nada, porque lo encuentra bastante poco atractivo (y sí, un jefe puede hacer bastante para que el ir a trabajar resulte una opción poco atractiva). Y sin embargo se presenta a las ocho en punto con la ficha en la mano. ¿Por qué? Porque pese a ello, es muy conveniente mantener el empleo (sobre todo si tiene una buena hipoteca).

Por consiguiente, ¿qué significa que un directivo tiene que motivar a sus colaboradores? ¿Sólo que le tiene que hacer más atractivo venir a trabajar? ¿Y si hay tareas que por definición son poco o nada atractivas pero alguien las tiene que hacer? ¿No es misión también el ayudarle a adquirir ese conocimiento abstracto para que perciban la conveniencia de hacerlo?

¡Buff! Parece difícil, ¿no? Por eso a veces nos resulta más fácil (más atractivo) sacarnos de la manga alguna alternativa que sea todavía menos atractiva que el no hacerlo (pegarle bronca, amenazarle con despido, condenarle al ostracismo, …). O bien, compensar con un “extra” que lo haga más llevadero. Ya sabéis, el palo y la zanahoria.

Pero también sabemos que el camino más fácil, no tiene por que ser el más “conveniente”.

Y si no, que se lo digan a los amigos de Glengarry Glen Ross

 

Continuará

 

Nota: El dibujo de la planta con la flor corresponde a la revista de la Fundación Obra San Martín

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