El año pasado comentaba que no soy tan partidario de felicitar el Año Nuevo como la Navidad por diferentes motivos, entre ellos, por un punto de rebeldía frente al convencionalismo estatista y también porque considero el invierno una estación poco propicia para empezar nada nuevo ni para adquirir compromisos con uno mismo. Personalmente, preferiría el mes de septiembre por aquello del inicio del curso escolar, por empezar con energías renovadas y, por qué no, porque no es lo mismo afrontar nuevos propósitos cuando aún hace buen tiempo.
No obstante, y pese a que los romanos celebraban inicialmente el cambio de año agrícola el 25 de marzo, ya vimos en aquel post cómo los políticos de la metrópoli fijaron en el siglo II A.C. el inicio del año administrativo el 1 de enero o Kalendis Ianuariis. Un mes, por cierto, enero, que tampoco existía inicialmente ya que fue creado, junto con el mes de febrero, por por el que fuera sucesor del mismísimo Rómulo y segundo rey de Roma, Numa Pompilio (753 A. C. – 674 A. C.). Hasta entonces, el año tenía tan sólo diez meses y empezaba en marzo, en honor de Marte. El nombre es en honor del dios Jano, el de las dos caras, ya que era el dios de las puertas. De algún modo, la deidad romana miraba con una de sus caras al pasado el año acabado y con la otra al futuro del año nuevo.
Pero volviendo a épocas más recientes, lo cierto es que los romanos de nuestra era se sabe que se felicitaban por carta, como demuestran la imagen de la tablilla de madera con la que ilustraba el post del año pasado, o una de las cartas que le enviaba Marco Cornelio Frontón al emperador Marco Aurelio, felicitándole por el Año Nuevo y que he utilizado para titular esta entrada. Pero es que, además, también se enviaban regalos para expresarse mutuamente los buenos deseos de cara al siguiente año. Ya vemos que los cristianos no somos nada originales en nuestras costumbres…
Aquellos regalos sin otro motivo que el religioso y que, inicialmente, no eran más que detalles sin más valor que el sentimental -se trataba de ramos de laurel, olivo o de verbena- se denominaban streneae, dado que procedían del bosque sagrado dedicado a Strenia, diosa de la salud -de ahí, supongo, el origen de la palabra “estrenar”. Posteriormente estos obsequios de Año Nuevo evolucionaron a regalos consistentes en jarras rellenas de dulces dátiles, higos o miel para luego transformarse en algo más crematístico como dinero, que primero eran de bronce y después de oro -costumbre que es el origen, por cierto, del aguinaldo y la paga extra de Navidad. Este hábito de regalar trascendió también el entorno de la familia y los amigos para instalarse en el ámbito comercial. Vamos que ni la cesta de Navidad ni los regalos de empresa son cosa reciente.
Y, como no podía ser de otra forma, la costumbre benefició a los propios emperadores, que también recibían monedas y otros regalos. Incluso se acuñaban monedas en conmemoración del César de turno para felicitar el año, como esta del sucesor de Adriano, Antonino Pío (138 – 161) que adjunto a continuación.
Alternativamente, también se ofrecían a modo de obsequio otros elementos de terracota más de tipo decorativo, como medallones, o con alguna utilidad, como lámparas de aceite o lucernas, con alguna inscripción relativa a los regalos típicos o a las deidades correspondientes, como la imagen que acompaña a este último post del año (fijaos en las referencias a la agricultura junto con las inscripciones a la izquierda y el doble rostro de Jano a la derecha).
Y todo este rollo, para desearos a todos y cada uno de vosotros, y de todo corazón, un
¡ P R Ó S P E R O 2 0 1 4 !
Nota sobre el título: Fragmento de la carta de Frontón a Marco Aurelio felicitándole el Año Nuevo, cuyo texto completo reza así: “Annum nouum faustum tibi et ad omnia, quae recte cupis, prosperum cum tibi tum domino nostro patri tuo et matri et uxori et filiae ceterisque omnibus, quos merito diligis, precor“. La traducción sería más o menos así “Te deseo un feliz y próspero año nuevo en todo lo que rectamente deseas, para ti y para nuestro señor tu padre, tu madre, esposa e hija, y para todos los demás que con razón amas”.