Describía en la entrada anterior la motivación como el impulso, o también como la causa, que nos lleva actuar de determinada manera.
Trataba asimismo de explicar el por qué hacemos lo que hacemos -porque anticipamos, ya sea de manera empírica o racional, las consecuencias de nuestros actos. Pero con esta explicación nos quedaríamos a medias si no identificamos también el para qué actuamos, los objetivos que buscamos con nuestra acción o, lo que es lo mismo, los motivos.
Y es que no debemos confundir la motivación con el motivo. El motivo es el objetivo perseguido con la acción, el resultado esperado, mientras que la motivación es el impulso que nos lleva a hacer determinada cosa para lograr ese resultado.
Por ejemplo, tener un blog. No es lo mismo el por qué lo escribimos -porque nos apetece, porque nos conviene-, que el para qué lo hacemos -para adquirir notoriedad, para aprender, para compartir nuestro conocimiento con los demás.
O uno puede hacerse emprendedor porque lo lleva en los genes o porque ha llegado a la conclusión de que es lo que tiene que hacer para realizarse. Y lo hace para adquirir independencia, para superarse a sí mismo o para prestar un servicio a los demás. O todo a la vez.
En cualquier caso, hay tres tipos de resultados que se pueden producir como consecuencia de una acción en la que hay una interrelación entre personas:
- La reacción de la otra persona (o grupo de personas) que es diferente a la que actúa. Es un resultado externo, que viene de fuera y no depende de nosotros. Por ejemplo, un comentario dejado en el blog, un link, un aplauso, un premio, un aumento de sueldo, …
- El aprendizaje que se produce en el sujeto de la acción por el mero hecho de realizarla. Es interno al individuo y se produce con independencia de otras personas. Por ejemplo, al escribir una entrada uno ha disfrutado más o menos, al conversar con otra persona se ha aburrido o ha adquirido nuevos conocimientos, al montar un negocio descubre si lo ha hecho bien o mal, …
- El resultado producido en la persona con la que se interactúa. Es también un resultado externo que se produce en otra persona y es independiente de quien actúa. Por ejemplo, es el aprendizaje de alguien al leer un post, al vender una moto -en sentido figurado o real- un cliente puede quedar más o menos satisfecho, o al cumplir una promesa la otra parte piensa que se puede confiar en nosotros, …
Por regla general, siempre se producen los tres tipos de resultados, cada uno de ellos en mayor o menor media dependiendo de la acción. Es más, al realizarla tendremos una intención determinada, que no es sino el motivo principal o el conjunto de motivos que buscamos con dicha acción. Es decir, el resultado que persigue.
Es importante aclarar, que el resultado producido no tiene por que coincidir con la intención. Por ejemplo, yo podría haber escrito la entrada anterior con el objetivo de aprender (tipo 2), disfrutar haciéndolo (tipo 2) y al mismo tiempo, aportar algo a los que me puedan leer (tipo 3) y, por qué no decirlo, recibir algún comentario que genere debate (tipo 1). Y desde luego, los dos primeros los he conseguido, el tercero no puedo saberlo y el cuarto no lo he conseguido. Sin embargo, se ha producido un resultado de tipo 1 inesperado, que es el enlace que ha hecho Andrés en su blog (¡gracias!).
Ya se vislumbra que estos conceptos están muy relacionados con los criterios que aplicamos en nuestra toma de decisiones. Porque cualquier acción implica una decisión, aunque sea la más elemental de elegir entre hacer algo o estarnos quietos/callados. Y toda decisión implica elegir entre varias alternativas a la luz de unos criterios. Pero esto lo dejo para una tercera entrada…
Ahora, siguiendo la misma estructura que en el artículo anterior, me gustaría introducir alguna reflexión y para ello propongo la entrada de Andrés, Construye tu propia pirámide (de Maslow) y de paso le devuelvo la mención.
Creo que la clave está en la pregunta que hay hacia el final del post: ¿Para quién trabajas? Formulada de esta manera, está concebida desde un punto de vista puramente del tipo 1 descrito arriba. Es decir, con el objetivo de obtener una reacción determinada de un tercero, de ese “quién”. Y, ¿por qué no preguntamos mejor para qué trabajas? ¿No se amplía así y damos cabida a los otros tipos de motivos?
¿No se ve que si sólo nos movemos por motivos de la primera clase, estamos aplicando unos criterios muy pobres? Si sólo buscamos la aprobación de un tercero, ¿qué control tendremos sobre nuestro trabajo? ¿Y sobre nuestras vidas?
E igualmente desde el punto de vista del directivo, si sólo nos creemos que podemos “motivar” satisfaciendo los objetivos de tipo 1 de los colaboradores -mediante el premio y el castigo-, es que estamos obviando que las personas actuamos movidas también por otros motivos y, por lo tanto, las decisiones que tomemos sobre personas serán muy deficientes por lo incompleto de los criterios.
Y mirándonos a nosotros mismos, ¿cuáles son lo motivos que guían nuestras acciones? ¿Merece la pena pararse a pensarlo? Estoy convencido de que sí.
Continuará
P.S. Para aquellos que conozcáis el modelo, habréis identificado que los tipos 1, 2 y 3 corresponden a los motivos extrínsecos, intrínsecos y trascendentes.