Termino esta serie sobre la motivación -algunos suspiraréis aliviados- con la aplicación de lo que hemos visto a la valoración de una acción determinada, lo cual puede servirnos a la hora de establecer los criterios que guían nuestras decisiones cuando nos relacionamos con otras personas.
Como seguro podréis imaginar, a cada tipo de motivo le corresponde un criterio diferente. He aquí la correspondencia y a continuación paso a explicar cada uno de ellos -siempre dentro del modelo conceptual del Prof. Pérez López.
- Motivos extrínsecos > Eficacia
- Motivos intrínsecos > Eficiencia
- Motivos trascendentes > Consistencia
El criterio de la eficacia es el más intituitivo de los tres y, por lo tanto el más fácil de entender y el que menos discusión puede generar. Está relacionado con la reacción de la otra persona, es decir, el resultado de la acción que no depende de nosotros. En este sentido, hay tres factores a considerar para valorar si una acción es eficaz o no: (1) que resuelva el problema, (2) que sea factible y (3) que genere la reacción esperada.
Por ejemplo, si quiero que mi hija recoja los juguetes de su cuarto antes de irse a dormir, tendré que idear una acción que sea eficaz y, por lo tanto, que resuelva el problema -que los juguetes queden recogidos y no desparramados-, que pueda llevarla a cabo -no puedo prometerle que la llevaré a Eurodisney al día siguiente-, y que obviamente termine en que sea ella quien los recoge -no vale que los recoja yo.
En lo que se refiere a la eficiencia entramos en un terreno más abstracto y por lo tanto menos tangible (observable), pues aquí valoramos el resultado interno de la acción. Es nuestro propio aprendizaje como resultado del camino escogido. Podemos verlo de varias maneras: si tras haber realizado una determinada acción nos sentimos más satisfechos, ya sea porque nos ha resultado agradable, nos ha permitido aprender o perfeccionar una técnica, o nos ha enriquecido como persona, entonces la acción habrá sido eficiente. O dicho de otra modo, si nada de eso ha ocurrido y tenemos la sensación de haber malgastado nuestro tiempo, entonces habrá sido muy poco eficiente.
Continuando con el ejemplo del cuarto, si la acción que tomo es llamar a mi mujer para que se encargue ella y yo me voy a ver la tele, puede que sea eficaz y que mi hija mayor termine recogiendo los juguetes, pero yo no habré aprendido nada. La próxima vez, si no está mi mujer estaré igual que la primera.
Finalmente, mi criterio favorito, el de la consistencia, que no es otro sino el valor que tiene la acción sobre el aprendizaje de la otra persona. Cabe recordar que empleamos aquí la palabra aprendizaje en el sentido más amplio, refiriéndose al cambio interno que experimenta la otra persona. Y siendo interno a alguien que no somos nosotros mismos, ya se ve la dificultad que entraña el valorarlo. Pero hay una manera, que es evaluar la inconsistencia. Para ello no hay más que ponerse en la piel del otro y preguntarse: “si a mí me hicieran esto, ¿seguiría confiando en esa persona?”
En definitiva, la consistencia es la eficacia futura, ya que de la confianza que genere o destruya con mi acción depende que la próxima vez pueda seguir siendo eficaz.
Así, si para que ordene el cuarto -pobre hija mía, hoy la he tomado con ella- le pego un grito y me pongo hecho un energúmeno, probablemente conseguiré mi propósito atemorizándola pero llegará un momento en el que los gritos dejarán de surtir efecto. O, por ejemplo, si le prometo -léase soborno- un regalo si los recoge, el resultado a corto plazo será satisfactorio pero igualmente llegará un momento en el que no conseguiré nada con regalos.
A modo de conclusión final, remarcar que los tres criterios son importantes, y siendo vital la eficacia inmediata para obtener el resultado esperado, no debemos olvidar que no debemos comprometer la eficacia futura, asegurando la eficiencia y, sobre todo, la consistencia.
Y como invitación a la reflexión, os propongo que penséis en estos tres criterios a la hora de actuar como padres, dirigir vuestros equipos, gestionar vuestro jefes, construir vuestra marca personal o, en defintiva, a la hora de caminar por la vida.
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