Omnis honesta ratio esset expediendae salutis

Como soy un poco quemasangre, cuando me reúno con mis amigos partidarios del intervencionismo del estado -que pueden serlo en mayor o menor medida y que como dijo Hayek, haberlos, los hay en todos los partidos-, que son muchos y muy queridos, me gusta provocarles sosteniendo que me parece éticamente lícito intentar pagar los menos impuestos que se pueda. Y lo cierto es que suelo conseguirlo, porque se escandalizan cual beatas en un concierto de Marilyn Manson.

Y aunque lo digo medio en broma medio en serio, en realidad comparto con ellos un razonamiento fruto de un cierto ejercicio de reflexión. Estos argumentos son los que quiero compartir aquí en esta ocasión, ya que el tema de los impuestos vuelve a estar tristemente de moda. Lo que intento es combatir la supuesta moral que condena a quien deja de pagar impuestos por cometer un crimen contra toda la sociedad, que para la progresía imperante es peor que un delito de lesa humanidad.

No sé si lograré convencer a alguien, porque la propaganda del “Hacienda somos todos” ha calado hondo en nuestros espíritus y a nadie parece importarle mucho que, aunque Hacienda seamos todos, algunos lo son/somos más que otros. No obstante, me conformaré al menos con que se reflexione un poquito y no se compre a la primera la mercancía prefabricada.

Pero antes de que se me acuse de incitar al delito fiscal, quiero dejar claro un tema: considerar que un comportamiento esté éticamente justificado no implica necesariamente que éste sea legal. Lo que es legal es legal y lo que es ilegal es ilegal, nos guste o no. Allá cada uno con el nivel de riesgo que esté dispuesto a asumir para defender lo que es suyo -sí, suyo.

Porque otra cuestión bien distinta es dónde situar la barrera que marca cuando pasamos de una “planificación fiscal agresiva” a un fraude de ley o, directamente, a la evasión de impuestos. Esto no es ni mucho menos evidente y, de hecho, nuestros amigos ingleses, con la finura lingüística que les caracteriza, tienen toda una literatura jurídica y jurisprudencial para distinguir entre “tax avoidance“, o mucho mas sugerente, “tax mitigation” -lo legal- de “tax evasión” -lo ilegal. Los españoles, que para esto somos un poco más brutos, hablamos simplemente de evasión de impuestos y con esto le colgamos el sanbenito a cualquiera que simplemente quiera defender su propiedad privada.

Ya se ve que algo, por ser ilegal, no necesariamente tiene que ser inmoral y viceversa, un comportamiento legal puede ser tachado de inmoral en según qué esquemas éticos -como ejemplo, la consabida cantinela de que los ricos, ricos de verdad, no pagan impuestos.

En cualquier caso, no quiero iniciar un nuevo debate filosófico-político sobre la relación entre ley y ética y mucho menos abrir ahora el melón sobre la existencia de una ética objetiva -si a alguien le interesa ese debate, le recomiendo que lea “La ética de la libertad” de Murray N. Rothbard.

Lo que quiero -y claramente no consigo- es centrarme en mi tema de hoy: la justificación ética para, permitáseme el eufemismo, optimizar los pagos al estado en concepto de impuestos.

El razonamiento lo resumo en estos cuatro puntos que luego elaboraré: (1) los impuestos son el resultado de la coacción del estado que, bajo la amenaza del ejercicio de la violencia física, nos fuerza a entregarle una parte arbitraria de nuestra propiedad privada, y la emplea en usos que son igualmente arbitrarios y discrecionales. (2) La propiedad privada es la institución humana más importante, y el derecho a su protección solamente es superado en importancia  por el derecho a la vida y a la libertad. (3) Tanto es así que, defender lo que es propio de uno es tanto como defenderse a sí mismo. Puede decirse que la defensa de la propiedad es un acto de legítima defensa o, lo que es lo mismo, es moral ejercer cualquier acción -incluso si es violenta- para defenderse la integridad física de uno mismo, y de sus posesiones. (4) Por lo tanto, podemos considerar las acciones orientadas a minimizar el pago de impuestos como un gesto de defensa propia que está éticamente justificado.

(1) Los impuestos, como su propio nombre indica, son una acción impuesta por un grupo de personas sobre alguien. Es verdad que los impuestos los pagamos voluntariamente sin que venga el señor de Hacienda físicamente a nuestra casa, pistola en mano, para recaudar. En general, la mayor parte la pagamos con la anestesia de la retención en nómina. Como el dinero no llega a entrar en el bolsillo, parece que nos doliera menos pagarlo y no tenemos la sensación de estar obligados a hacerlo. Si resulta que, pese a las retenciones, la declaración nos sale a pagar, entonces sí que pesa sobre nosotros la obligación de ingresar en las arcas de Hacienda, si bien la cantidad suele ser pequeña en relación con lo que hemos ido dejando de recibir a lo largo del año -y si nos sale a devolver, ilusos de nosotros, nos ponemos muy contentos sin darnos cuenta de que nos devuelven una fracción mínima de lo que ya se han quedado.

Aún así, cuando nos toca pagar voluntariamente, en realidad lo hacemos porque pende sobre nosotros la amenaza de que nos envíen al señor recaudador acompañado de una pareja de la Guardia Civil y, no sólo nos quitará el dinero que teníamos que haber pagado, sino que nos quitará más por el hecho de que se tenga que tomar la molestia de venir. Y, si es mucho, además, nos encerrará. El hecho de que no suela haber violencia, como ocurre en la imagen que se nos viene a la cabeza cuando pensamos en los recaudadores de impuestos medievales, no implica que, en última instancia, no exista una amenaza de la misma.

He tachado la palabra voluntariamente porque ya se ve que éste es muy diferente del caso en el que pedimos que nos descuenten de la nómina el seguro de salud o el fondo de pensiones privado, o pagamos nuestra cuota a una oenegé o contribuimos a Cáritas. Se parece más al del carterista que nos levanta la cartera en el metro sin que nos enteremos, o al atracador que amablemente nos pide un esfuerzo mientras nos encañona con su pipa. No creo que esto tenga mucho que ver con la solidaridad. Por eso, no es casualidad que se llamen impuestos, ¿no?

(2) Sobre la propiedad privada, podría escribir cientos de entradas, pues el tema da para varias tesis doctorales. Sobre su importancia, decía Bastiat que “la propiedad es la verdad y la justicia misma y que lo que lleva en su seno es el principio del progreso y de la vida“. Y no exageraba el economista francés la importancia de esta institución casi tan antigua como el hombre y que está estrechamente ligada a la libertad. En efecto, el mismo autor se preguntaba si

se puede concebir la noción de “propiedad” sin libertad. ¿Soy propietario de mis obras, de mis facultades, de mi fuerza, si no puedo emplearlas en prestar “servicios” aceptados voluntariamente? (…) Y si la libertad padece detrimento, ¿no es la propiedad la que experimenta el daño?

O, por ejemplo, Lord Acton -el que acuño la célebre frase de “el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”- sostenía que “un pueblo contrario a la institución de la propiedad privada carece del primer elemento de la libertad” o, más tarde, nuestro habitual Hayek, mantendría en “Los fundamentos de la libertad” que el reconocimiento de la propiedad supone un primer paso en la delimitación de la esfera privada que nos protege contra la coacción:

El reconocimiento de la propiedad privada constituye, pues, una condición esencial para impedir la coacción, aunque de ninguna manera sea la única. Raramente nos hallamos en condiciones de llevar a cabo un plan de acción coherente a menos que poseamos la seguridad del control exclusivo de algunos objetos materiales, y donde no los controlemos, es necesario que sepamos quién lo hace si hemos de colaborar con los demás.

Tanto es así que Rothbard -que ya hemos mencionado antes- identificó directamente los “derechos humanos” con derechos de propiedad. Y lo hizo en dos sentidos:

uno, que la propiedad sólo puede atribuirse a los seres humanos, de modo que una persona tiene derechos de propiedad precisamente porque es humano. Y dos, que el derecho de la persona sobre su propio cuerpo, su libertad personal, es tanto un derecho de propiedad sobre su persona como un “derecho humano”.

(3) Siendo esto así, del punto anterior se desprende casi automáticamente que cualquier ataque contra la propiedad privada de un individuo, es un ataque contra su libertad. Es decir, la propiedad de un bien únicamente me la pueden quitar o mediante la coacción -a punta de pistola- o mediante el engaño. En ambos casos me están impidiendo actuar libremente sobre mis posesiones y, por lo tanto, en ambos casos se está agrediendo a mi libertad y a mi persona. Por eso digo que cualquier acción defensiva que esté orientada a evitar el expolio de mis bienes, es un acto de legítima defensa.

En efecto, la propiedad sólo puedo adquirirla, que yo sepa, de tres maneras: cogiendo lo que no es de nadie -y siendo el primero en reclamarlo-, quitándoselo a otro mediante la violencia o la amenaza de ejercerla, o mediante la cesión voluntaria por parte del antiguo propietario, generalmente a cambio de algo que yo le doy a cambio -y que él subjetivamente valora más que lo que me da a mí. Es evidente que a estas alturas de la película, el primer procedimiento es meramente excepcional -cuando nos encontramos un billete de 5€ en la calle, por ejemplo- y el segundo es un coto reservado a ladronzuelos y políticos -los primeros lo hacen con riesgo de que les pillen y les enchironen y los segundos, dentro de ciertos límites, lo hacen legalmente por la vía de los impuestos y la expropiación. Nos queda por tanto, el tercer procedimiento como el más frecuente, que no es otro que el del libre intercambio comercial en el mercado de bienes y servicios -aunque a veces también cedemos la propiedad a cambio de nada, como cuando hacemos regalos o ayudamos al prójimo de forma altruista y voluntaria.

De este modo, dado que lo que es mío es mío, porque me lo he ganado con mi esfuerzo y mi trabajo, y eso no lo puede negar nadie, es evidente que no cabe el primer procedimiento. De los otros dos, dependerá del caso, pero no es menos evidente que si no es voluntario -entendiendo por voluntario, insisto, la total ausencia de coacción- entonces es violento -aunque sea mera amenaza, y si es violento, significa que me juego mi libertad, que es lo mismo que decir que mi integridad física -porque si me niego a dar la bolsa, me quitan la vida, o si me encierran en la cárcel e intento escaparme, el de la torreta de vigilancia me apuntará con el foco y me freirá tiros para que no me vaya. ¿Se ve claro el argumento de la legítima defensa?

Hombre, dirá mi amigo intervencionista, no me comparés a un atracador de bancos con el estado. El primero actúa buscando el beneficio personal y el segundo en beneficio de la sociedad. El estado somos todos. Hacienda somos todos.

So what? Le respondo yo, ¿es que acaso que sean muchos, muchísimos, los que atacan mi propiedad, de alguna manera legitima el crímen? Y si deciden quitármelo todo, y despojarme de todas mis pertenencias, ¿también están legitimados porque es la sociedad lo que lo quiere así? Y si lo que quieren es pasarme por las armas por ser liberal, ¿también su acción será buena porque es democrática?

Puede que sea un exagerado, pero ¿dónde ponemos el límite? ¿En qué momento lo que se decide por mayoría -o más bien lo que se decide por una panda de políticos que a su vez han sido elegidos por una mayoría, a menudo diversa como es el caso en España, donde el gobierno ha de pactar ora con unos, ora con otros- dejar de ser legítimo para convertirse en un crimen contra la humanidad?

Claro que recibimos algo a cambio de nuestros impuestos. Es evidente que sí y habrá una parte que cedería gustoso y voluntariamente al estado, de la misma manera que pago la cuota de la comunidad de vecinos. Pero creo que todo el mundo aceptará que el nivel de gasto de nuestros políticos y burócratas excede con mucho lo necesario y lo voluntario. Y si no, no hay más que echar un vistazo a cualquier relación de subvenciones pagadas con mi dinero, fastos estatales varios, viajes oficiales -en los que nuestros gobernantes, además hacen el ridículo-, ministerios absurdos, sueldos y dietas de compañeros sentimentales de ministras, coches oficiales, etc. Y ahí, querido amigo partidario del estado grande, ahí hasta tú convendrás conmigo que ese dinero te lo sacan con calzador. ¿O no?

(4) Dicho lo cual, me considero absolutamente legitimado ante mis congéneres para buscar la forma de pagar los menos impuestos posibles que cumpla con mis condicionantes. Así, puedo decidir limitarme a jugar con el sistema manteniéndome dentro de la legalidad, o puedo arriesgarme a quedarme fuera de la ley y rezar por acertar en el cálculo de probabilidades -en el caso de que un inspector de Hacienda lea esta entrada, la probabilidad de una inspección me da que será alta. O también puedo ponerme en huelga al estilo de John Galt, y buscarme un trabajo muy por debajo de mis capacidades, en el que me paguen menos y, por lo tanto, pague mucho menos por aquello de la proporcionalidad.

Porque esa es otra, en nuestros sistemas fiscales occidentales progresivos, en los que el que más gana no sólo paga más proporcionalmente -que tampoco tendría sentido ni sería justo- sino que paga más que proporcionalmente, se da la paradoja que uno puede perder todo incentivo a esforzarse un poco más para ganar más si es que resulta que por cada euro extra que saque del sudor de su frente, el amigo de Hacienda se queda con la mitad. Y entonces, ¿cómo se come la nefasta máxima del “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad”? ¿Cómo sabe el señor estado que lo estoy dando todo? ¿Y si lo sabe y lo sospecha, me puede obligar a buscar un empleo mejor? Nos vamos pues, cuesta abajo por el camino de servidumbre de Hayek -y ello sin entrar a discutir lo mismo para conocer la necesidad de cada uno.

Así que, mientras Hacienda lo seamos unos más que otros para unas cosas, y menos para otras, seguiré pensando que está completamente justificado el rebelarse contra el sistema. He dado mis motivos, que espero se entiendan aunque no se compartan. Estos motivos son los que me llevan a que no vea nada malvado en los paraísos fiscales -ni que los haya ni los que se refugian en ellos-, pues otro gallo nos cantaría si hubiera competencia entre los gobiernos. Tampoco veo mal la competencia entre comunidades autónomas en materia fiscal, ni que los ricos de verdad se busquen la vida para proteger su patrimonio de la voracidad de los verdaderos parásitos estatales -¿qué pasaría si al bueno de Amancio Ortega se le hincharan las narices de que le colocaran la única foto que se ha hecho en su vida siempre que se habla de SICAVs y lo poco que paga al fisco, y desapareciera como hizo Ellis Wyatt en “La rebelión de Atlas”, harto de todos los Wesley Mouch y Bertrand Scudder del mundo?

Mientras no se pueda identificar claramente el uso que se le da a cada euro que pago de impuestos, y determinar que se trata de usos adecuados y razonables, consideraré la obligación fiscal como un atentado contra la propiedad privada y, por lo tanto, reconoceré el derecho, siquiera sea únicamente moral, a defenderse de la agresión.

Nota sobre el título: Se trata de un fragmento del discurso de Cicerón como defensor de Milo en el juicio a éste por asesinato. En esta sección, Cicerón aludía al derecho de legítima defensa como una ley natural, no escrita ni aprendida ni heredada, que establece que en caso de estar nuestra vida en peligro, por la violencia ejercida contra nosotros o por la amenaza de las armas de ladrones o enemigos, cualquier manera de asegurar nuestra integridad es honorable. El texto en negrita es una traducción más o menos libre del título de la entrada. El fragmento completo en latín sería este:  “Insidiatori vero et latroni quae potest inferri iniusta nex? Quid comitatus nostri, quid gladii volunt? quos habere certe non liceret, si uti illis nullo pacto liceret. Est igitur haec, iudices, non scripta, sed nata lex; quam non didicimus, accepimus, legimus, verum ex natura ipsa adripuimus, hausimus, expressimus; ad quam non docti sed facti, non instituti sed imbuti sumus, —ut, si vita nostra in aliquas insidias, si in vim et in tela aut latronum aut inimicorum incidisset, omnis honesta ratio esset expediendae salutis.

5 thoughts on “Omnis honesta ratio esset expediendae salutis

  1. Una vez más, da gusto leerte, Antonio.
    Puede que no esté de acuerdo con el 98% de lo que, tan prolijamente, has argumentado en este post y sin embargo, me alegro de que haya gente que salga del marasmo balbuceante que nos rodea.
    Perdona si no profundizo a los niveles que lo haces tú, pero permíteme algún comentario sobre lo que escribes.
    Para empezar y a modo de disclaimer, vaya por delante que en un punto de mi infancia me enseñaron que el voto es secreto y personal. Además a lo largo de mi vida he aprendido que debo tender a limitarme lo menos posible definiéndome con una opción política inamovible, de manera que muy dificilmente puedo ser catalogado como socialista, liberal, verde, rojo, azul o fucsia. No, yo soy todo. Lo cual entiendo que me descalifica delante de todo el que necesita tener a su interlocutor bien definido y controlado pues, de otra manera, no sabe “por dónde puede salir”.
    Una vez hecha la innecesaria justificación, te diré que comparto contigo lo de intentar pagar la menor cantidad de impuestos posible. Creo entender que tu marco es la ética. El mío es la ley escrita. Entre otras cosas por un tema que tú mismo apuntas: la tranquilidad que me da el saber que una pareja de guardias civiles no se personarán en mi puerta (la Benemérita da mucho respeto). Tú recelas del ser humano en el nivel siguiente: no te fías de los que representan al estado ni de cómo gestionarán el dinero de todos (está visto que con razón). Yo recelo del ser humano en otro nivel: no me fío de que todos los particulares (la empresa, el mercado, etc) entiendan la ética como mi amigo Antonio España o como yo (no olvidemos que es una cuestión con límites borrosos) ni de que no vayan a perjudicar a su prójimo o a la sociedad con su libre albedrío (diferente de libertad) http://www.youtube.com/watch?v=yeWOSXTGbs8&feature=related.
    Me da la sensación de que la madre del cordero de tu post está en este párrafo:
    “Claro que recibimos algo a cambio de nuestros impuestos. Es evidente que sí y habrá una parte que cedería gustoso y voluntariamente al estado, de la misma manera que pago la cuota de la comunidad de vecinos. Pero creo que todo el mundo aceptará que el nivel de gasto de nuestros políticos y burócratas excede con mucho lo necesario y lo voluntario. Y si no, no hay más que echar un vistazo a cualquier relación de subvenciones pagadas con mi dinero, fastos estatales varios, viajes oficiales -en los que nuestros gobernantes, además hacen el ridículo-, ministerios absurdos, sueldos y dietas de compañeros sentimentales de ministras, coches oficiales, etc. Y ahí, querido amigo socialista, ahí hasta tú convendrás conmigo que ese dinero te lo sacan con calzador. ¿O no?”
    ¿A caso hasta el más convencido de los impuestos no está en contra de la malversación de fondos? ¿De la apropiación indebida? ¿Del cohecho?…
    Así pues, me queda la sensación de que estaríamos de acuerdo en lo profundo del asunto: si se gastan bien mis impuestos, adelante con ellos. Lamentablemente, la sociedad en la que vivimos está dirigida por un conjunto de personas que, continuamente y cada vez de forma más abierta e impune, demuestra, en el menos malo de los casos, una ineptitud galopante y, en el peor, una tremenda caradura en su labor de pillaje sistemático.
    Enhorabuena por el post, da gusto leer opiniones argumentadas para variar.
    Un abrazo a ti y a la familia.

  2. Querido Bruno, muchas gracias por tus palabras inmerecidas por mí y por el jugoso comentario que dejas. Aunque no me queda claro del todo si coincidimos en un 2% o en un 98% (me da que lo primero) 😉

    Tienes toda la razón en el uso de las etiquetas. Yo mismo suelo decir que soy aprendiz de liberal en tanto termino de descubrir lo que eso significa, dado que cada cual entiende algo diferente por liberalismo. En cualquier caso, las etiquetas son útiles, es cierto para una identificación rápida, pero no valen para describir toda la riqueza de matices de lo que cada uno pensamos.

    De todos modos, yo mismo no estaba contento con el uso del término “socialista”. Aunque yo lo uso en sentido amplio y no como militante y ni siquiera votante de unas siglas determinadas -de ahí lo de Hayek y los “socialistas de todos los partidos”-, es verdad que no todo el mundo lo entiende igual y he optado por editar el post y usar “intervencionista”, que aunque no es exactamente lo mismo, transmite mejor lo que quiero decir. De todos modos, lo que veo muy difícil es que se pueda ser socialista y liberal a la vez -o conservador y liberal a la vez.

    Respecto a lo que comentas sobre el marco, ya lo digo en el post, una cosa es la ética -que coincido contigo en que es muy difícil objetivarla- y otra muy distinta es la ley, que sí es objetiva -o se aproxima mucho más, dado que siempre hay margen a la interpretación- en el sentido que con el código penal o el BOE delante, se puede determinar si un comportamiento se ajusta o no a derecho. Por eso hago la distinción. Otra cosa muy diferente es que la ley, por ser objetiva, pueda ser objetivamente buena. El que se haya establecido por procedimientos democráticos -es decir, por mayoría- no convierte a un mandato legislativo en bueno automáticamente. Matar, si no es en legítima defensa, es malo y no porque el parlamento o un juez decida matar a una persona lo tiñe de bondad (la pena de muerte en EEUU es legal, pero ¿es buena en sentido ético?).

    Efectivamente, no me fío no de los que representan el estado, sino de los que lo componen. El estado no es el pueblo, es un subconjunto de él formado fundamentalmente por políticos, burócratas, policías y militares. En general no me fío de nadie con poder, porque les estamos dando el ejército y la policía en monopolio y porque el poder corrompe. Por eso, cuanto menos poder les demos, mejor. Además, el estado lo forman particulares también. ¿Por qué no te fías de un particular cuando actúa libremente en un contexto de libre mercado, y por qué sí te fías cuando actúa igual de libre pero ejerciendo una función pública como parte integrante del estado? ¿Acaso la investidura le envuelve en un manto de honradez y bonhomía?

    La grandeza que tiene el mercado, o la sociedad libre en general es que a través de las instituciones (como la propiedad privada, el dinero, la familia, …) que han ido evolucionando a lo largo de siglos y siglos de historia humana, los hombres hemos aprendido qué comportamientos son buenos para la cooperación social y la vida civilizada y cuáles destruyen la sociedad. Y todo ello sin que sea una única persona, o un grupo de ellas la que nos imponga un código moral diseñado a su gusto y que obedece a unos fines concretos -aunque estos sean bienintencionados.

    Precisamente lo que permite la libertad, entendida no como libre albedrío -muy bueno el corte de Amanece que no es poco- sino en sentido negativo como ausencia de coacción, es que las personas con diferentes esquemas éticos aprenden tarde o temprano que no llegan a ningún lado porque la sociedad se protege con las instituciones evolutivas.

    La madre del cordero, efectivamente, está en definir qué es gastar bien los impuestos. Sin que sea malversación de fondos, alfombrar toda la calle Serrano de Madrid, poner carteles y globos y pagar eventos varios de mi bolsillo, como contribuyente al Ayto de la ciudad, ¿es gastar bien los impuestos? Sin que sea cohecho, llenar la ciudad de las dichosas rotondas que algunas han empeorado el tráfico donde antes era fluido, ¿es gastar bien los impuestos? Que haya coches oficiales es legal, ¿es eso gastar bien los impuestos?

    Y estos son los temas menos polémicos, si entramos en los llamados “servicios públicos”, ahí todavía nos pondremos menos de acuerdo aún 😉

    Es todo un placer debatir contigo. Esto es lo divertido además, conversar con el que siempre está de acuerdo contigo en el 100% es agradable sin duda, pero mucho menos estimulante.

    Un abrazo para ti y a ver si quedamos un día y nos vemos en persona, que llevo algún tiempo pensándolo pero al pasan los días y no te lo propongo!

    Antonio.

  3. Aunque un poco tarde, me gustaría comentar contigo (y con quien tenga la paciencia y las ganas de aguantarnos) algunos temas que propones en tu respuesta.

    No quiero seguir adelante sin hacer hincapié en algo que ya hemos apuntado los dos. Obviamente gastar bien el dinero de los impuestos no es tener exceso de coches oficiales, ni gastos de representación, ni, en general, salirse del estricto cumplimiento de la función pública con los únicos matices posibles de lo que honradamente se pueda derivar de la interpretación de un programa electoral por el cual te hayan elegido. Para mí, argumentar la comisión de delitos para denostar la figura de los impuestos (no digamos ya para justificar su evasión) es “romper la baraja”. Estoy en contra de la comisión (y la justificación o el aplauso) de cualquier delito.

    Dicho lo anterior, respondo directamente a tus preguntas según mi opinión.
    En la teoría (y parto de la base de que se puede cumplir en una proporción grandísima, aunque ladrones siempre habrá) un particular que “actúa igual de libre ejerciendo una función pública como parte integrante del estado” está ahí porque la sociedad delega en él para dar un servicio a todos y, si falla, deberíamos poder (y, al menos en el caso de los políticos, podemos) leerles la cartilla y mandarles a paseo en caso de fallos en el cumplimiento de lo encomendado. Sin embargo, en el caso de un particular que “actúa libremente en un contexto de libre mercado”, su misión no es salvaguardar, fomentar o mejorar lo de todos, sino lo de la compañía por o para la que trabaja. No es que no me fíe de este segundo particular para el aumento del bienestar de todos, sino que simplemente no es éste su cometido. Su primera obligación es el beneficio de quien le paga y si, con incremento de gasto = 0, se incide en el bienestar de todos, pues vale.
    Te cuento el que yo veo como ejemplo paradigmático de este asunto. Los campos de deporte del Canal en Madrid. Un suelo que en principio es público se habilita para un uso que no tenía antes, el deportivo. Pero, en lugar de promover un uso gratuito para todos los ciudadanos (no sólo los que puedan pagar -y bastante-) se habilita la concesión a una empresa que explota el uso de las instalaciones. Probablemente se hayan ejecutado las obras por parte de la empresa a cambio de la cesión de la explotación (sólo faltaría, aunque en peores plazas hemos toreado). Puede que no me guste, pero me aguanto. El problema lo veo en la falta de control puesto que la prioridad ahora es el beneficio de la empresa y no el bienestar de todos. ¿A qué afecta esto? De entrada se eligen los deportes ofertados a través de un estudio de mercado, cuando deberían ofertarse, siempre desde mi punto de vista, la mayor variedad de deportes posible. Pero, lo que es más grave, el precio de la hora de alquiler de las instalaciones tampoco tiene otro límite que el de la demanda. ¡Y todo esto sobre suelo público!
    Así pues, dejemos que la empresa haga de empresa siempre que no afecte al bienestar de nadie. Y con eso me refiero, por ejemplo a la libertad de practicar todos los deportes y no sólo los que mande el mercado (es decir, los que dejen más beneficios). Salvaguardar esa libertad, por pura lógica, no puede ser trabajo encomendado también al mercado.

    En cualquier caso, admito como válido el argumento de la ineficiencia de parte del funcionariado para llevar a cabo la cosa pública. Y es que la historia está tan llena de ejemplos de tropelías y torpezas como de abusos del beneficio privado sobre lo público.

    Y ahora, si me permites, entramos en filosofía.
    Me hablas también de que ciertas instituciones han ido evolucionando hasta enseñarnos qué comportamientos son buenos para la sociedad y la civilización. Pero no mencionas el estado entre esas instituciones cambiantes y puestas en pie por el ser humano igual que la propiedad privada, el dinero o la familia. Entiendo que a algunas personas les chirríe meter en el mismo saco a estado y familia, pero eso es sólo si no se mira desde un prisma igual de abierto que el usado para mirar todo lo anterior. Dices que no te gusta que “una única persona, o grupo de ellas nos imponga un código moral diseñado a su gusto y que obedece a unos fines concretos -aunque estos sean bienintencionados” si se trata de algo tan amplio como el estado, pero ¿acaso el concepto de familia no ha significado cosas muy distintas a lo largo de los siglos? Te vale la familia si es un núcleo pequeño pero, a medida que se va llamando familia a algo más grande, ¿te va valiendo menos? No lo sé, los límites no están muy claros para mí.
    Todo esto, con el agravante de que, si una sociedad no está de acuerdo con los códigos morales implícitos en las decisiones de sus gobernantes, siempre tiene resortes para elegir a otros con cuyas decisiones (que siempre rezumarán otros códigos morales) esté más de acuerdo.
    Una vez más, defiendo que nos dotemos de herramientas para limitar la, tan legítima como intrínseca, expansividad natural de la empresa privada. Quiero decir que, desde mi punto de vista, no se puede dejar todo en manos de los mercados, por que el beneficio propio y exclusivo es la más natural de las leyes. Lo único variable ahí es a qué llama cada uno “propio”. Para algunos es él mismo, para otros la familia y así hasta llegar a ciudad, patria, etc.

    ¿Me podrías explicar lo de que la sociedad se protege contra las instituciones evolutivas entre las que antes has mencionado propiedad, dinero y familia? ¿Y porqué es la libertad lo que permite que las personas con diferentes esquemas éticos aprendan tarde o temprano que no llegan a ningún lado? Esas dos cosas no las he pillado.

    Y ahora la bomba.
    Todo esto me vale como discusión si nos centramos en una conversación con los límites de esta sociedad. Pero en el momento en el que dejemos paso a los significados profundos de los conceptos que hemos manejado y no sólo los que les hemos terminado dando a fuerza de marearlos y contaminarlos con nuestros propios valores, coincidirás conmigo en que, por ejemplo, la Libertad no es otra cosa que la ausencia de limitaciones en el más amplio sentido de la palabra y que, precisamente por eso, no somos libres ni en la más democrática y liberal de las sociedades. Lo que hoy día entendemos como libertad no es realmente la Libertad. ¿Acaso alguien es capaz de arrancarse su propia cabeza con un brazo? Considero que lo que entendemos socialmente como libertad es simplemente una “sensación de libertad”. Y esta se puede medir en términos de cuánto tardamos (o cuánto nos cuesta) tomar una decisión. Te pongo dos ejemplos extremos: si alguien pone la mano sobre un fuego, la retira inmediatamente porque si no, se la quema. Poco tiempo para tomar la decisión entre dejar la mano y retirarla, poca sensación de libertad. Por otra parte, si dudo entre ir al cine o ver un partido en la tele, me reconoceré más libre, cuanto más me cueste tomar la decisión. En el caso intermedio, a un individuo puede no apetecerle ir a trabajar, pero se decide rápido por la mañana porque la alternativa sería peor ¿es realmente libre para no ir a trabajar? En mi opinión, sólo es libre el rato que contempla la alternativa. Lo que yo llamo “libre albedrío” es lo que llamamos socialmente libertad. La verdadera Libertad, no existe. Y aquí viene (como diría el cabo de la Guardia civil) pintiparado el amigo Schopenhauer: “Un hombre puede hacer lo que quiere, pero no puede querer lo que quiere”

    En fin, como ya has visto, se me tira de la lengua y mira. Un ladrillo que ni el de la crisis.

    Y sí, a ver si podemos vernos algún día de estos.
    Un abrazo.

  4. Discutible el tema, porque no todo se limita al tema de la propiedad, pero este tema por si solo resulta aún más discutible y discutido durante siglos y más si se plantea en términos absolutos.
    “La propiedad es un robo”, diría Joseph Prodhoun y abriría más el debate nunca cerrado del todo.
    Saludos respetuosos.

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