En plena Navidad y entre mantecado y mantecado, he tenido la ocasión de publicar en El Confidencial mi columna quincenal en la que doy mi opinión sobre el nombramiento de Luis de Guindos como Ministro de Economía y Competitividad. Un nombramiento que creo que hay que acoger con optimismo, pues por fin parece que tenemos un responsable económico en el gobierno que maneja teorías correctas y no las falacias keynesianas y los errores del monetarismo de los Chicago boys de Friedman. Pero también con cautela, primero porque al fin y al cabo es un político —aquello de la naturaleza del escorpión, ya se sabe— y segundo porque no está sólo en el gobierno ni es quien tiene la última palabra en cuestiones económicas, que exceden a su ministerio e incluso a la soberanía nacional. We will see, pero deseémosle suerte, que la necesitará él, y la necesitaremos nosotros.
Como siempre, abro boca con el primer párrafo:
Seguramente, y sin desmerecer al resto de miembros del gabinete, si hay un nombramiento ministerial que ha resonado en la opinión pública desde la investidura de Mariano Rajoy ha sido el del Ministro de Economía y Competitividad, Luis de Guindos. En parte porque, en el ejercicio de la autoproclamada previsibilidad del recién investido Jefe del Gobierno, la presencia de Cristóbal Montoro en el ejecutivo estaba descontada —al igual que la vicepresidencia de Soraya Sáenz de Santamaría— y en parte porque, siendo otro de los firmes candidatos, no había certeza de que Rajoy se atreviera a dar el paso de darle la cartera, nada más y nada menos, que al que era presidente de Lehman Brothers en España cuando el banco quebró en 2008.
Podéis seguir leyendo el resto en la página del El Confidencial.