Bueno, parace que por fin comienzan mis vacaciones. Sí, aunque parezca mentira, mi silencio de estos días, no responden a que he estado desconectado del mundo en una playa paradisíaca a miles de kilómetros de Madrid, ni tampoco aislado de la urbe en un monasterio cistescience. Tampoco, he de reconocer, es porque me he encerrado a escribir mi capítulo del libro del año. Más bien es porque mis vacaciones, que debería haberlas empezado el 28 de julio, se parecen más a un queso gruyere, lleno de agujeros, que a otra cosa.
Pero ya puedo decir que han empezado de verdad, y para asegurarme de que así es, he dejado el portátil del trabajo en casita y el único reto al que me enfrento es al de conseguir ver crecer el número de emails sin leer en la Blackberry sin caer en la tentación de abrir el buzón de entrada. Un motivo más de por qué es buena idea tener separado el correo profesional del personal en dos sistemas diferentes.
En todo caso, es el primer verano que enfrento con un blog y dada mi inexperiencia no sé si me saldrán más o menos entradas de lo habitual, si serán insustanciales como ésta o tendrán algún contenido. En todo caso, no serán muy profundas siguiendo la tónica dominante en mi blogroll, reservando las neuronas para el blogbook.