Este martes tocaba escribir el artículo quincenal para El Confidencial en el que doy mi visión partícular de las agencias de rating. Visión en la que, como seguro intuiréis los lectores habituales, le doy un papel estelar a nuestro amigo el estado. Como siempre, os dejo con el primer párrafo y os invito a continuar su lectura en la página original.
Supongan que realizamos el siguiente experimento: tomamos un grupo de escolares de primaria con un coeficiente de inteligencia similar y los distribuimos al azar en dos clases. Al profesor de una de ellas le decimos que sus alumnos son normales, mientras que al de la otra clase le indicamos que sus estudiantes han sido especialmente seleccionados por estar dotados de un talento excepcional —aunque en la práctica no exista tal diferencia. ¿Cuál creen que sería el resultado? ¿Se sorprenderían ustedes al descubrir que las notas del grupo supuestamente de los “listos” son superiores a las de los hipotéticamente “del montón”? Pues eso es lo que ocurre. Se conoce como efecto Pigmalión, y algo así sucede con las calificaciones de las agencias de rating, que en cierto modo son también una profecía autocumplida.
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